Segundo día [libre]

Un ruido me despertó, haciendo que me sobresalte. Mis ojos se abrieron de una sola vez y me reincorporé pesadamente, mirando todo a mí alrededor con cierta confusión. ¿Dónde estaba?
Había tenido un sueño; uno en el que caminaba bajo el sol, pero no me quemaba, reía hasta llorar, pero lloraba "agua", me acariciaba una herida y mis manos se sentían cálidas. Había soñado que era humano nuevamente, y hasta lo había creído, pero el frío en las sabanas y el pálido color de mi piel me devolvieron a la realidad.


Puse los pies fuera de la cama y di algunos pasos torcidos hacia la ventana, ya que a pesar de que la idea me aterraba, debía tener constancia de que hora era. La abrí de un tirón como quien quiere que el sufrimiento sea rápido, y gracias a Dios, era de noche. El cielo aún estaba claro, eso significaba que el sol recién se estaba ocultando, pero estaba lo suficientemente oscuro como para que yo pudiese salir.
Cerré la ventana mientras me preguntaba que había sido aquel ruido que me había despertado, cuando lo volví a escuchar, dando un pequeño salto de pavor.


Agudicé el oído para distinguir de donde provenía aquel sonido. No era continuo, hacía acto de presencia en lapsos de tiempo muy irregulares. Mis manos se acercaron a mi boca, persiguiendo el nuevo ruido que resonó en mis oídos, entonces lo entendí.


El extraño sonido que me había despertado era nada más ni nada menos que mi propia respiración. ¿Hace cuánto no me dignaba a tomar una bocanada de aire como para que el sonido de mi respiración me pareciera tan ajeno? Hace bastante, ¿verdad?
Antes solía hacerlo, durante los primeros años de mi transformación. Era un reflejo constante que no podía controlar, y que a la vez, no quería manipular... Me gustaba respirar, sentirme humano. Pero con el tiempo ese reflejo se fue desgastando, ya que me era innecesario.

Sin embargo, no desistí, y tomaba aire cuando lo recordaba... con el tiempo, lo olvidé. Posiblemente soñar aquellas cosas de mi pasado, me habían devuelto un retazo de ese reflejo que en el fondo añoraba.


Corrí hacia la puerta y tiré de ella, notando que estaba cerrada. Había olvidado ese detalle, él no quería que saliera. Pero ya era de noche, ya no había riesgo, ¿no?
Toqué la puerta un par de veces en busca de atención, sin atreverme a alzar la voz en el Vaticano, no creí que fuera correcto hacerlo. Volví a tocar un par de veces más, pero no obtuve respuesta. Un poco desilusionado me senté junto a la puerta esperando que alguien me abriera; los golpes deberían de haberse escuchado por algún lugar.

Me encontraba agotado pues a penas y había logrado dormir algo la noche anterior, incluyendo el hecho de que tuve que levantarme al amanecer para lograr cumplir con mi trabajo durante el día, mi encuentro con aquel sacerdote interesante en mi único momento libre y los reportes respectivos al Papa. Con tanto qué hacer me vi exhausto a penas el sol se ocultó, pero aun así aún tenía cosas que hacer, partiendo por alimentar a myuka.

Cogí otro jarro con sangre para el chico, no me encontraba en condiciones de ofrecerle mi cuello o terminaría demasiado debilitado. A paso lento e impotente me dirigí a mi habitación. A unos pocos pasos escuché los golpes que venían de su interior. Sonreí sin hacer mueca alguna, solo sintiendo un sutil regocijo en el pecho. Myuka ya estaba despierto.

Por supuesto también me había encargado de encontrar ropas adecuadas para aquel muchacho, las que cargaba en mi mano derecha.

Saqué la llave del bolsillo de mi chaqueta y abrí con lentitud la puerta para ver a Myuka frente a ésta, aún desnudo.

“¿Qué planeas llamando a la puerta cuando aún no estás siquiera vestido?” Pregunté mientras entraba a la habitación, cerrando de nuevo con llave.

Me levanté apresuradamente cuando escuché el ruido de las llaves, ¿me liberarían?
Sonreí ampliamente al ver a Giovanni frente a mí; no podía ocultar la felicidad que sentía al verlo. Estaba ansioso por relatarle lo sucedido hace instantes, pero antes de que pudiera hacerlo...


Me cubrí, poniéndome de rodillas en una acción violenta. Había olvidado por completo aquel detalle, y me había parado completamente desnudo frente a él.
Oculté mi rostro, incapaz de sonrojarme por la falta de sangre, pero dilatando los ojos y apretando los labios con pudor.


Levanté un poco la vista para ver si "mi cuerpo" le había causado alguna reacción de repulsión al sacerdote, y fue entonces cuando divisé la ropa que traía en el brazo derecho. ¿Era para mí?
Terminé por levantar más la vista y así ver el recipiente con mi "desayuno". Me costaba creer que se tomara tantas molestias por mí... Una razón más para no convertirme en un estorbo.

- ... Ah, si... yo quería relatarle algo que me ocurrió - contesté recordando su anterior pregunta - no quería salir “así”... es sólo que me desperté algo confundido y olvidé... que no llevaba ropa - aclaré entrecerrando los ojos por la creciente vergüenza.


Salir desnudo... de la habitación de un sacerdote... en el Vaticano... siendo un vampiro.... sólo para contarle que respiraba. Jamás me lo perdonarían.
Suspiré por mis propias ideas.

- Ni siquiera lo oí volver... ¿pudo descansar, Padre?

Lo vi caer en cuenta de su condición, intentando inútilmente de esconderse, cubrir su blanca piel cuando yo ya le había visto por completo. Me parecía ridículo, pero adorable. Le miré desde arriba con una expresión neutra, no le daría el placer de leerme fácilmente. “Vaya, eres más descuidado de lo que creía Myuka, tanto que no te das cuenta de algo tan fundamental.” Aparté mi mirada de él con tan solo un leve gesto de desprecio, por el placer de ver en su rostro la confusión.

Dejé el jarro y sus ropas sobre el escritorio de madera, cuidando que ambas cosas estuvieran lejos de los papeles importantes y la tinta. “Ponte de pie” Le ordené a secas, intrigado levemente sobre aquello que decía haberle ocurrido, aquello que tanto le había nublado la mente. Di gracias a Dios por tener la precaución de cerrar mi habitación con llave y que de ella no existiera copia. De no ser así seguramente Myuka estaría muerto y yo estaría siendo juzgado. Por lo mismo a partir de ahora procuraría tener al crío vestido.

“Ven aquí.” Le ordené acompañado de un gesto con mi mano, esperando hasta tenerlo cerca para tomar su rostro y obligarle a mirarme. Estaba frío, pero seguramente continuaba avergonzado.

“Sí, pude descansar. Volví tarde y al parecer te quedaste dormido mucho antes del amanecer.” Tomé la jarra y la copa, le serví en el vaso y se lo ofrecí. "Quiero que bebas, te duches, y te vistas. Cuando estés listo podrás salir a recorrer el vaticano" Por supuesto esto no significaba que iba a brindarle plena libertad. El mismo debía saber que tenía que tener cuidado en donde pisaba y con quien se atrevía a intercambiar palabras, tendría mil ojos puestos en él.

Su mirada me dejó un tanto confundido; esperaba asco, no desprecio, pero la sensación no me hizo desacatar su primera orden. Me levanté aún de espaldas a él, con las manos cercanas a mi intimidad, hasta que recordé que a él no le gustaba que escondiese mi cuerpo "ante los ojos de Dios".
Lentamente fui alejando las manos con pudor, pero era incapaz de voltearme todavía.
Su siguiente orden acabó con la esperanza de poder ocultarme de su vista un tiempo más. Me pidió que me acercara y me obligó a mirarlo. La gran mayoría de las acciones de Giovanni me dejaban un "¿Por qué?" rondando en la conciencia, pero no lo expresaba por lo que me había dejado su última reacción. Además de que por lógica, eso no era de mi incumbencia.
Finalmente respondió a mi pregunta de forma oportuna, consiguiendo que el pudor por mi desnudez fuera menor.
Él si había dormido, pero yo ni siquiera me había percatado. Eso significaba que no me había despertado para sacarme de la cama...


Me extendió la copa con mi alimento, sacándome de mis pensamientos, y me dio tres órdenes más: beber, ducharme y vestirme. Asentí con cada una mientras daba el primer sorbo a mi copa.
Inspeccioné la que sería mi nueva ropa, por la simple curiosidad de saber como se vería en mí, y seguí bebiendo.

- Gracias... - dije después mostrando mi gratitud por todo lo que estaba haciendo por mi - ¿Podré visitar el Vaticano por mi cuenta o necesito de su compañía?

En el fondo deseaba que me dijera que necesitaba de su presencia, pero no podría hacer nada si Giovanni tenía tareas pendientes. Me negaba a ser un estorbo.

Le vi beber de la copa, podía beberla completa si quería, es más, debía hacerlo pues lo primero era saciar su sed para evitar algún impulso impertinente en su salida. “No tengo la más mínima intención de jugar a ser tu niñera Myuka, no te equivoques, no eres un invitado especial. Ya formas parte de las tropas de Cross-Fire. Por lo mismo tienes que moverte como uno.” No iba a ser tan flexible, no iba a mostrar a Myuka como un favorito frente a toda la Iglesia, sería como condenarlo, sería una acción estúpida que solo terminaría arrebatándome mi pequeño y precioso juguete nuevo.

“Espero que consideres que todos te observan y cualquier cosa que hagas se me será informada.” De alguna forma sabía que Myuka no iba a ser tan descuidado, que no bajaría la guardia ante cualquiera, que no dejaría que nadie más que yo se apoderada de él. De no ser así… Bueno, habría que tomar algunas medidas más drásticas hasta hacerle entender aquello tan básico.

“Pronto deberás comenzar con tu entrenamiento también. No para combatir a los de tu especie pero si para al menos aprender a defenderte.” Era necesario que de a poco se acostumbrara al lugar. Que poco a poco se valiera por si mismo en este criadero de leones. “Así mismo veremos el asunto de las investigaciones, pero será durante la semana.” No quería bombardearlo con cosas, no hasta que me llegaran órdenes específicas de hacerlo.

Caminé hasta el baño mientras le dejaba terminar de beber. Luego le mostraría la prenda que había traído para él, era una sotana, pero la de los críos de la escolanía, suponiendo que le sería mucho más cómoda por su contextura. Prendí la luz de aquel cuarto y abrí la llave de la tina, comenzando a juntar agua, preparando su baño pues deseaba verlo limpio y radiante, no solo en alma, sino también en cada centímetro de su cuerpo.

“Puedes salir por tu cuenta tranquilo. Creo que no eres estúpido como para ir a meterte en problemas.” Dije desde dentro del cuarto de baño. Volví a la sala para verificar si había bebido al menos lo suficiente que necesitaba su cuerpo. “¿Estás listo?”

Volví a beber de mi copa, fingiendo que su respuesta no me afectaba. Al final tenía razón, él no tenía tiempo para "acompañarme" a todos lados... y si seguía insistiendo me convertiría en la carga que no deseaba ser.
La buena noticia era que podría salir de la habitación y recorrer libremente el complejo, intentando no meterme en problemas, ya que el lugar no dejaba de ser peligroso para un vampiro.
La amenaza del día finalmente llegó, aunque ya comenzaba a acostumbrarme.


Estaba seguro de que eso había sido una amenaza, o una advertencia. De todas formas no era algo de lo que debiera preocuparme. No tenía intenciones de causar disturbios y no era fácil perder el control habiendo bebido lo suficiente.
También debía entrenar... No entendía que clase de entrenamiento sería, pero tenía sabor a orden, suficiente como para acatar sin pensar demasiado. Asentí sin mirarlo, fijando la vista en la sangre de la copa, la cual volvía a beber en un nuevo sorbo. Procuré vaciar el envase al entrar Giovanni al cuarto de ducha, no quería arriesgarme a perder el control.
Me quedé un instante pensando en su última frase:


Pude sonrojarme esta vez, aunque fue demasiado leve. A penas un rosado en las mejillas. Esas investigaciones... en algún lugar de mi me intrigaban, pero por otro me atemorizaban.
Cuando quize prestar atención a lo que decía Giovanni ya me había preguntado si estaba listo. Asentí algo sorprendido y me acerqué a la puerta del baño, acercándome al agua.

Comprobé que el agua estuviera agradable para el chico y cuando entró a ésta decidí apoyarme en una de las paredes del baño, mirándole de frente con la vista puesta en todo su hermoso cuerpo. “Procura lavar bien cada rincón de tu cuerpo.” Le ordené pues a decir verdad me encantaba el orden y la limpieza, más aún si se trataba del crio que dormía a mi lado.

Me gustaba el sonrojo natural y casi humano que tomaban las mejillas de Myuka ante ciertas palabras o gestos de mi parte. Sabía que incluso mi mirada sobre su cuerpo le incomodaría un poco. A mi poco me importaba, tenía derecho a deleitarme con él por ser mi protegido. A final de cuentas todo se volvía más interesante porque estaba sometiendo a un vampiro.

“No creo que seas tan inútil como para necesitar ayuda ¿o sí?” Dije con mi voz austera al verle moverse un tanto dudoso. “Dime… ¿Cuándo fue la última vez que tomaste un baño?” Me reí provocándolo un poco, sin moverme de mi lugar ya que, como dije, no jugaría el papel de niñero. Pero no necesitaba moverse o tocarlo para intimidarlo, mi mirada fija, un tanto lasciva, mi sonrisa perversa, todo ello ayudaba en gran parte a conseguir reacciones del muchacho.

“Quiero que regreses aquí al menos dos horas antes del amanecer.” Comenté asegurándome de no dejar nada en el tintero. “Cuando vuelvas asegúrate de cerrar la puerta con llave, estarán en mi chaqueta, si no lo hacer mañana tendrás prohibido salir. ¿De acuerdo?” Sí, era otra amenaza ¿Y?

Dejé que Giovanni comprobara la temperatura del agua, aunque yo no le hubiera dado demasiada importancia. Estaba acostumbrado al frío por más que me gustara el calor, y en mi casa no solía calentar el agua de la bañera; me molestaba que la sensación cálida en mi cuerpo se perdiera tan rápido. En cambio, dentro del Vaticano parecía perdurar por más tiempo.
Me metí de a poco, disfrutando de la sensación, hundiéndome hasta el cuello en el agua. Comencé a jugar un poco con ella, levantándola en mis manos unidas y dejándola deslizar entre mis dedos, hasta que descubrí la mirada de Giovanni sobre mí y la sangre comenzó a subir por mis mejillas.


Me ordenó lavarme bien, por lo que en movimientos lentos comencé a obedecer. Por más que intentaba mostrarme calmado, mis manos luchaban por pegarse a mi cuerpo y así cubrirme de su penetrante vista, pero no hacían más que dejarme en evidencia de mi actual estado de ánimo; estaba tan nervioso y avergonzado, ya que no podía ni siquiera cumplir una orden tan simple.
Por otro lado, a él parecía hacerle gracia:


No respondí ante el insulto ni mucho menos hice intento de pedir ayuda, sólo baje la cabeza con cierto disgusto.


Tsk... ¿Por qué disfrutaba tanto burlándose de mi? ¿Qué había hecho yo para molestarlo?
Me mojé la cara para despejar mi ideas y así poder responder con claridad; esta vez si respondería.

- Que sea un vampiro no significa que no me bañe, padre...

No dije más al notar su nueva mirada. Tenía una facilidad increíble para "hacerse respetar", ni siquiera tuvo que ponerme la mano encima para hacerme callar, bastó sólo con dirigir su mirada hacia mi. Había muchas cosas aún que tenía que aprender de mi "tutor".
Pronunció una nueva orden, una que ya me la esperaba; volver antes del amanecer. Asentí con seguridad antes de escuchar la siguiente amenaza.


Conté. Estaba listo para descubrir cuantas amenazas podría pronunciar en la noche. Asentí sin poder evitar sonreír un poco y terminé de bañarme con menos pudor.

- Padre... ¿Hay alguna sala en especial a la que tenga totalmente prohibido entrar?- pregunté buscando con qué secarme (Y cubrirme) antes de salir de la bañera - No tengo intenciones de meterme en problemas la primera vez que salga sin usted...

Me causó gracia el que se molestara por mis comentarios. Poco a poco, y aunque intentara disimular comenzaba a ver otras facetas de Myuka, me provocaba jugar más con él, pero lo haría de forma paulatina, no quería que huyera por el abuso en su primera semana.

“No he dicho que no te bañes Myuka, creo que me has malentendido.” Fingí con una mirada de superioridad certera, sin darle espacio a dudas a pesar de mi anterior risa. “Tan solo pregunté cuando fue la última vez. No pensé que fueras tan sensible para tomarte a mal mis palabras. No, corrección…” dije acercándome a la bañera, apoyándome en el borde para inclinarme hasta el rostro del chico. “No tienes que juzgar mis palabras. Solo tienes que responderme. Sin cuestionamientos.” Le indiqué susurrándole aquello al oído para luego morder la blanca piel de su lóbulo y posteriormente volver a incorporarme.

“Me gusta que seas precavido.” Me di la vuelta, dándole la espalda y caminando algunos pasos tranquilo, luego devolviéndome mientras pensaba la respuesta a su pregunta. Sí, claro que habían lugares a los que no podía entrar, quizás demasiados. “Partamos por el hecho de que tienes absolutamente prohibido entrar a cualquier habitación de cualquier otro sacerdote.” Declaré primeramente, anteponiendo mis intereses personales antes que las normas de Cross-Fire.

“Fuera de eso solo debes tener precaución con no entrar a las Aulas o a la sala de torturas si están ocupadas, sin dudas te meterías en líos.” Le sonreí con cierta maldad para que comprendiera que de verdad no le iría bien en ese caso. “Absolutamente prohibido ir a las catacumbas, la sección prohibida de la biblioteca y a la residencia Papal.” Fue la última acotación que consideré necesaria para que pudiera ejercer su libertad sin miedo.

Le miré y me molestó que no continuara lavándose. ¿Esperaba estar ahí toda la vida? “Apúrate.” Demandé mientras salía a buscar una toalla para él. Al volver le ayudé a salir de la bañera y lo envolví en la toalla para luego cargarlo en mis brazos y caminar de vuelta hasta la habitación, sentándome en la cama deshecha con el crío sobre mis piernas.

“Tu piel parece aún más pulcra. De no ser por esos colmillos…” Le tomé de la mejilla obligándole a abrir la boca, tocando los mencionados colmillos con mi dedo pulgar. “Si no fuera por ellos parecerías un verdadero ángel en este lugar.” Le susurré al oído, mi voz grabe resonó para los dos. “¿Debería quitártelos?” Dejé la pregunta en el aire y solté su rostro para comenzar a secar con la toalla su delicado cuerpo.

Desvié la mirada cuando lo sentí cerca, no tenía escusa esta vez, responderle había sido sólo para discutirle y así defenderme de sus burlas. Pero no debía defenderme... Sólo obedecer y callar, ¿era eso lo correcto, verdad? Entrecerré los ojos cuando se apoyó sobre el borde de la bañera y aproximó su rostro hacia mí, ¿sería un castigo?
Me estremecí al sentir su aliento rozar mi piel y su voz grave resonar en mis oídos. Dejé escapar un pequeño quejido cuando repentinamente me mordió el lóbulo, consiguiendo teñir mis mejillas de un rojo más vivo.


Si de eso se trataba... no me molestaría ser castigado de nuevo. Negué con fuerza, quitando aquel pensamiento tan impuro de mi mente, ¿qué clase de cosas estaba imaginando? Tuve la suerte de hacer ese gesto cuando él se hallaba de espaldas, no había podido verme, estaba seguro de ello.
Puse los pies en la tierra, prestando atención a los lugares a los que tenía prohibido ingresar. Intenté memorizarlos, esperando no cometer ningún error, aunque no me caracterizaba por tener buena memoria.
Asentí contando los lugares, cuando su mirada de enfado me distrajo. Lo miré algo confundido hasta que comprendí que lo estaba haciendo perder mucho tiempo. Cuando salió aproveché para limpiar aquellas partes que no quería lavar en frente suyo, y de forma rápida, también lavé mi cabello.
Salí de la tina con la mirada en el piso, ya que sabía que tenía los ojos de Giovanni puestos en mí. Me sequé un poco pero cuando me disponía a caminar hasta la habitación me tomó en brazos y me llevó hasta la cama, sentándome en su regazo.


Intentaba no demostrar cuan avergonzado me encontraba, pero él se apoderó de mi rostro, dejándome en evidencia. Me aferré a su ropa con una mano, mientras que posicionaba la otra sobre el brazo con el que su mano jugaba con mi rostro; con mis colmillos, introduciendo sus dígitos en mi boca. Yo lo recorría con la mirada dudoso, no sabía que más hacer ante tales palabras, hasta que su voz en un susurro hizo que un escalofrío subiera por mi columna.


¿Por qué me decía ahora esas cosas tan extrañas? ¿Qué no estaba enojado por mi tardanza hace un momento?
Llevé la mano que tenía en su brazo, a mi boca, cuando dijo aquello de quitarme los colmillos. ¿Lo decía enserio? No, era imposible. Él me había permitido alimentarme de su sangre, y si no poseía colmillos no podría hacerlo. Además, eso debía doler... aunque fueran espantosos y delatadores, los colmillos ya formaban parte de mí.
Comenzó a secarme sin dejarme mucho más tiempo para pensar, ahora debía preocuparme por donde pasaba sus manos. No quería que el incidente de la noche anterior se repitiera; aquella sensación extraña en mi parte baja… y el miedo.

- Puedo secarme por mi cuenta, padre... - dije en un intento por escapar de su tacto, que tan nervioso me ponía, ayudándome con la mano cercana a mi boca para así detener la ajena, que sostenía la toalla. Sin embargo, mi otra mano me traicionaba, ya que aún se aferraba de forma firme a su ropa.


- Por favor... - supliqué sin razón aparente, aunque yo sabía que esa suplica era para mi mismo. Un pedido para mantener el control del cuerpo que había comenzado a traicionarme desde mi llegada al Vaticano.

Adoraba esa inútil resistencia que ponía cada vez que mis acciones comenzaban a avergonzarle. Siendo vampiro era obvio que fácilmente podría apartarse de mi lado, sin embargo, a pesar de todo no lo hacía. De seguro el primer motivo de ello era el miedo a mi represalia, pero me causaba duda el hecho de que quizás… ¿habría un segundo?

Me incliné nuevamente para susurrar en su oído y luego lamer su lóbulo. “Nadie te ha preguntado si puedes o no hacerlo solo. No te he pedido la opinión.” Le aclaré mientras comenzaba a deslizar la toalla por su torso, retirando cualquier rastro de agua. Primero en sus hombros, en sus largos y refinados brazos para pasar después a su pecho donde maliciosamente rocé de forma circular y un poco insistente sus pezones. Por supuesto mientras le secaba mantenía la mirada fija en él, en su rostro, pendiente de cualquier reacción, cualquier gesto y ahí cuando me mostraba un poco de debilidad, volvía a pasar con la toalla.

Continué bajando por su estómago y sus costados para subir luego por su espalda. Dejando toda su parte superior seca, menos las finas hebras de su cabello las que goteaban esporádicamente.

“¿Qué sucede?” Le pregunté con malicia mientras bajaba secando sus piernas hasta la altura de las rodillas, devolviéndome para comenzar a secar (y rozar) su miembro. Quería ver que haría ahora.

Cerré los ojos con su nueva cercanía, y los apreté con fuerza al sentir su lengua acariciar mi piel. No pude hacer más que titubear algunas palabras incomprensibles ante su respuesta, que me dejó "indefenso" y a su merced; no podía hacer nada para contradecirlo. Terminé por callar para reprimir los quejidos que querían ser pronunciados al sentir de nuevo sus manos sobre mi cuerpo. Apretaba los labios, separándolos sólo para suspirar y tranquilizarme.


Entreabrí los ojos cuando sentí que la toalla recorría mis brazos, consiguiendo la calma que tanta falta me hacía. Esa acción reafirmaba la credibilidad de mis palabras de consuelo, “él sólo me secaba”. No quería perderla al verlo a los ojos, pero su mano acercándose expectante a mi pecho me hizo dirigir la vista hacia aquel lugar.

- Mm... - leves quejidos se hacían oír aun cuando mis labios permanecían sellados por voluntad. Cada vez que rozaba mis pezones uno nuevo salía a luz, advirtiendo a Giovanni cuales eran mis puntos débiles.
Los buscaba... Eso era seguro, porque con cada ruido que yo producía, él volvía a "acariciar" el lugar que lo había provocado.

Suspiré cuando pasó a mi espalda. Al parecer ya se había aburrido de jugar con mis reacciones. O eso pensaba...
Lo sentí bajar por mis piernas y mis ojos se dilataron.


- ¡Aah! - gemí por la sorpresa de sus actos. No había imaginado que fuera a tocar realmente mi intimidad, la cual sentía como se endurecía de a poco.


- ¡Ya basta! - le grité por primera vez, zafándome de su agarre con algo de brutalidad para correr hacia la puerta.

Me detuve con la mano en el pestillo. ¿En qué estaba pensando? ¿A dónde se suponía que quería ir? ¿Por qué huía?
"Malagradecido"... eso estaba siendo frente a la persona que se dispuso a salvar mi alma, a salvarme, a darme alimento y protección. Era un malagradecido... no merecía nada de lo que me entregaba.
No conseguí voltearme ni mucho menos mirar por sobre mi hombro. Imaginaba que estaría furioso por mi comportamiento, y no podría excusarme.

- Lo siento... - me adelanté en vano. Ya sabía que de poco servían esas palabras si realmente lo había hecho enojar. Un "lo siento" no me libraría de un castigo; una represalia para enmendar mi error.

Solté el pestillo y me digné a voltearme sin levantar la mirada. ¿Estaba Giovanni enojado?

Sus suspiros y leves quejidos me conmovían el alma y me incitaban a sacar lo más malo de mí. Mi sonrisa no quería abandonar mi perverso rostro, no pude evitar regocijarme ante su sonoro gemido al rozar su entrepierna, aún no me convencía de lo humanamente sensible que era aquel cuerpo muerto. Estaba fascinado hasta que de pronto le escuché gritar un “¡Ya basta!”.

No solo me gritó, sino también se zafó de mi agarre y corrió desesperado hacia la puerta. Le vi vacilando en la puerta, evidentemente no se atrevería a salir en cueros. A pesar de estar molesto por sus acciones fijé mi vista en el de una forma neutra, nula, no, no le dejaría apreciar mi ira, pero si mi desprecio, mi decepción e indiferencia.

“Veo que será mejor reconsiderar algunas cosas” Comenté con una calma que no parecía ser mía, quizás era Dios apiadándose de aquella estúpida criatura rubia, que bien sabía lo mal que había hecho, por eso no me dirigía la mirada, por eso su cuerpo temblaba esperando mi castigo.

“A partir de esta noche no dormirás aquí. Veo que de alguna manera te perturbo, por ende no considero que recibirte en mi lecho sea lo más prudente.” Vaya, me sorprendía a mi mismo con tal capacidad de autocontrol. Pero sabía que pronto se esfumaría, Dios también se enojaba. “No eres la gran cosa como para merecer una habitación. Te conseguiremos un sarcófago y dormirás encerrado en las catacumbas.” Me levanté lentamente tomando sus ropas, mirándolas con desprecio.


¿De qué servía un lo siento cuando tal criatura ya me había ofendido? No… Me había desafiado. Me acerqué a la chimenea encendida y lancé ahí la túnica que había traído para él. Luego me volví hacia él, caminando hasta acorralarlo contra la misma puerta por la que en algún instante pretendió huir.

“Agradece que son tus ropas… Y no eres tú.” Le susurré en el oído y luego me incorporé mirándolo con desprecio. “¡Apártate!” Le ordené junto con un golpe en su rostro, botándolo al piso. “Mañana no beberás y serás inmovilizado en la cigüeña, debes conocer el famoso objeto... Aquí se le suele llamar la flauta del alborotador” Le anuncié. “A no ser que hoy consigas redimirte."



Referecia:

Spoiler:

Me sorprendió la calma con la que pronunció la primera frase, parecía no estar enfadado en lo más mínimo, pero esa vaga idea huyó de mi mente cuando concretó la segunda. Un profundo miedo comenzó a emerger de mí con su castigo. Esperaba golpes, azotes, pero no que me alejara de él; del lecho en el que podía dormir cálidamente gracias a su compañía. No quería pasar los días en un lugar tan frío como lo era un sarcófago, yo deseaba dormir a su lado.
Sin pensarlo había levantado la vista, y lo miraba de forma suplicante; aterrado por mi destino.
Lo vi levantarse y tomar las prendas que había traído para mí y tirarlas al fuego.


Había cometido un gran error, uno que estaba dispuesto a corregir si se me era permitido, ya que no deseaba volver a la soledad. Comprendía ahora lo que debía hacer, como debía comportarme... Deseaba enmendar lo que amenazaba con condenarme.
Se acercó y me susurró al oído antes de gritarme y abofetearme, dejándome en el piso. Pero no fue el dolor en mi mejilla lo que me hizo caer, si no la desesperación por saber que lo perdía todo, nuevamente.
Escuché su nuevo castigo, que continuaría mañana, pero no le di mayor importancia. Esas cosas no me afectaban tanto como lo primero.


De rodillas en el piso como estaba, me aferré a su pierna. Temblaba de miedo y angustia, la voz me temblaba y se me había hecho un nudo en la garganta.

- Por favor, padre... se lo ruego... Haré lo que sea, cualquier cosa que usted me pida... no beberé, iré yo mismo a que me aten en la cigüeña... pero por favor, permítame quedarme aquí… Se lo ruego, quiero dormir en su lecho... quiero dormir con usted - suplicaba cegado por la angustia, sin saber muy bien las frases que se escapaban de mis labios, sintiendo como un gran dolor se concentraba en mi pecho y pronto brotaba por mis ojos, mostrándose en gruesas lágrimas rojas - Por favor ... se lo pido... quiero dormir a su lado.

Sonreí al ver que al parecer le había acertado a la penitencia de no dejarle dormir conmigo. ¿Es que acaso se merecía tal acto de bondad de mi parte luego de su comportamiento? No soy tan amable como para perdonar su imprudencia de buenas a primeras.


“¿Crees que tus lágrimas de sangre podrían conmoverme?” Solté con desprecio, mirándole hacia abajo, patéticamente aferrado a mi pierna.

“¿Crees acaso que mereces una reconsideración de mis órdenes?” Intenté zafarme de él, pero estaba aferrado como un cachorro asustado.

“Medita tus acciones a ver si tu mente es suficiente como para idear una manera de cambiar mi parecer. Cosa que, te anuncio de inmediato, es muy difícil de hacer.” Me incliné a él y le tomé del cabello, jalándolo hacia mí. Le miré fieramente, sí, de a poco perdía el control de la ira que me llenaba por dentro. Lo alcé y le aparté a la fuerza de mí.


“Apártate crío.” Le volví a alejar con un empujón, sin lanzarlo al suelo esta vez. “Quizás fue un error después de todo el haberte traído hasta aquí.” Dije de forma maliciosa, sabiendo que de algún modo le dolerían mis palabras.

No iba a perdonarme, no iba a hacerlo...
Cada cosa que dijo luego de mis suplicas acababan con mi esperanza; cada una de sus palabras valía una azote, dolían tanto como uno o más.
Fui apartado nuevamente de su lado.


No podía contestar esa pregunta, sólo sabía que era mi culpa. ¿Pero que podía hacer para remediarlo? Podía notar a la perfección que Giovanni no era fácil de convencer. Había llegado a creer que lo que le atraía más hasta ahora era mi dolor, pero al parecer lo que me provocaba no era suficiente.


¿Eso no lo satisfacía?
No, quería producir más... Su última frase lo delataba.
"Fue un error haberte traído", era como decir: fue un error haberte conocido. Intentaba convencerme de que no era eso lo que había querido decir, que no era él quien hablaba, sino su ira. ¿Pero para que seguir engañándome? Estaba claro que de a poco me iba ganando su odio.
Mis lágrimas se intensificaron sin que yo pudiera contenerlas, clavándole la mirada con angustia. No sabía que hacer ni decir... no podía controlar mi llanto y cada vez perdía más sangre.


Me acerqué a gatas hasta él y me senté en el piso cual perro, delante de sus pies. Sería obediente, me comportaría, no hablaría si él no me lo pedía, sufriría cualquier tipo de dolor si él así lo deseaba... pero no me separaría de él.

- Cualquier cosa... haré cualquier cosa, padre. Caminaré bajo el sol si usted me lo pide, dejaré de beber cuanto tiempo lo desee, puede encadenarme de ser necesario. Sólo le pido dormir aquí... con usted. - levante la vista de sus zapatos para verlo a la cara, quería conocer su reacción, su respuesta - No volveré a quejarme, lo juro... No volveré a demandar nada... No volveré a hablar si así lo prefiere. Pero permítame quedarme.

Esperé un poco, dejando que el silencio reafirme mis siguientes palabras.

-Mi cuerpo le pertenece... puede hacer lo que se le plazca con él... no volveré a interferir con sus investigaciones. Por eso... por favor - puse una mano sobre su pierna como si estuviera rogando a mi amo.

Nuevamente aquel chico de hebras doradas se arrodillaba ante mi de la forma mas patética posible. Rogándome, suplicándome, pidiendo una nueva oportunidad que, a decir verdad no estaba dispuesto a dar, al menos por hoy.


“Olvídalo Myuka, ¿qué gran cosa podrías hacer?” Le pregunté hincándome para quedar a la misma altura y poder mirarle directo a los ojos. Tomándole de nuevo del cabello, con fuerza bruta. “¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Ofreciéndome tu cuerpo como las prostitutas del barrio rojo?” Alcé una ceja, no me engañaba con su agregado de para las investigaciones. Al parecer el crío había notado en parte mis intenciones con él.


“Basta Myuka, no volveré a tocarte del cuello hacia abajo, te lo dije.” Chisté con la lengua, poniéndome nuevamente de pie. Ahora iba a tener que buscar por su cuenta algo de ropa si es que quería salir. No, más bien, DEBIA salir, así que tenía una tarea en la cual entretenerse.

“Ahora vete por favor. Deseo descansar.” Dije con el desprecio necesario, apartándolo nuevamente de mí. Avanzando hasta mi armario donde colgué mi chaqueta.

Desabroché mi camisa y aflojé mis mangas. Me volví hacia la cama y quité las sabanas, aquellas donde Myuka había dormido y se las lancé encima, quizás le servirían para improvisar algo que le cubriera. Saqué sabanas limpias y estiré la cama dejándola perfecta para mi ansiado descanso. Me quité la camisa colgándola también y miré a Myuka quien aún se encontraba en la habitación.

“Al amanecer espérame en la entrada de las catacumbas para ir a tu nueva “habitación”. Sin llaves no podrás entrar ahí.” Le miré con la misma molestia de hace un rato. “Más te vale aparecer.”

Se negaba; mis súplicas no servían... Me comparaba con una prostituta por la forma en la que me entregaba a él, aunque mis intenciones no fueran esas. Decidí no quejarme con sus insultos, no reaccionar a sus hirientes palabras y desistir de las súplicas, ya que no valían nada si no podía demostrarle que cumpliría lo que decía.


Se alejó de mí dejando sus prendas en el armario mientras me informaba que iba a descansar, pronunciando posteriormente la dolorosa orden: "vete". Yo no le respondí, pero tampoco tuve el valor de moverme, ¿a dónde iría sin ropa? ¿Eso no lo perjudicaría también a él? Que yo saliera desnudo de su habitación…
Como si hubiera leído mi mente me arrojó las sabanas de la cama en la cara. Con ellas podría cubrir mi cuerpo aunque sea un poco.
Me las coloqué como si de una capa se tratase, formando una capucha sobre mi cabeza, y miré a Crivello con el semblante angustiado que solía tener antes de llegar al Vaticano.
Más ordenes, más amenazas, más odio... a veces me preguntaba si este hombre podía concluir una frase sin amenazar o matar con la mirada. Pero ya no tenía importancia; lo único que quedaba ahora era obedecer y esperar su perdón, si es que alguna vez llegaba a perdonarme; si conseguía convencerlo.
Me levanté con pesadez (no quería irme) y me acerqué a paso lento hacia el sacerdote, sosteniendo a duras penas la improvisada capa de sabanas que protegía mi desnuda figura, y así llegar a estar separados sólo por la amplia cama en la que había dormido hace instantes.

- Si, padre - pronuncié inclinando la cabeza ante sus ordenes, acompañando mi gesto con los ojos cerrados. Los volví a abrir al enderezarme y así dar media vuelta para salir.

No me costó llegar a la puerta, pero girar el pestillo y abandonar la habitación fue demasiado para mi voluntad. No pude evitar el que mis manos tiemblen notablemente, y una vez que cerré la puerta tras de mí, caí de rodillas al piso, sin fuerzas, volviendo a derramar gruesas lágrimas de sangre que manchaban mis piernas desnudas; de nada había servido el baño. Por más que no pudiera verme, sabía que mi rostro parecía una catarata de sangre; seguramente estaba completamente manchado.


Silenciaba mi llanto. No quería ser oído, sólo quería que él notara lo obediente que podía llegar a ser si me lo proponía. Deseaba que él notara que podía cumplir lo que le prometía en mis súplicas.
Me acurruqué a un lado de la puerta dejando que el tiempo pase. Sólo serían unas horas, y antes del amanecer estaría en el lugar acordado, sin chistar ni rogar. Obedeciendo a mi “amo”.