Curación (Myuka)

Finalmente llegamos a mi habitación, una de las más alejadas lo que, en esta ocasión era un poco perjudicial. Incluso cuando íbamos caminando por el pasillo no bajé al vampiro de mis brazos. Era más rápido si caminábamos de esta forma.

Abrí como pude la puerta. Las luces de las velas que permanecían encendidas durante la noche me permitieron llevar al chico hasta mi cama sin mayores problemas. Le dejé sobre la cama con suavidad, procurando que se recostara boca abajo.

“Ya vuelvo” Le anuncié y me dirigí hacia afuera con rapidez. Volví al poco rato con una botella oscura y con vendajes varios. En fin, todo lo necesario para que el chico lograra recuperarse.

“Deja que cure tus heridas” Por muy dulce o atento que pareciera el gesto mi voz sonó fría como si aquello fuese una orden innegable. De hecho, lo era. Otra vez, sin su permiso me deshice de la sotana ahora manchada. Ya le conseguiría ropas nuevas para cuando pudiese vestirse. Miré su espalda y sonreí con disimulo. Era increíble como las heridas no cicatrizaban y quedaban tal cual como si su piel fuese la de un ser humano.

Con gasa, agua y alguna que otra medicina comencé a limpiar cada una de las heridas, lamentablemente carezco de lo que llaman “suavidad” por lo que quizás hubiese sido mejor darle el trabajo a alguna monja, pero no, no dejaría que nadie tocara al chico, después de todo, era mío.

Andaba por el corredor del Vaticano con la mirada nula en un punto inexistente. Mis pies se movían por inercia arrastrándose en pasos cortos, mientras que mis manos se dedicaban a acariciar el brazo de mi acompañante. Estaba cansado, y cada paso me hacía doler una parte diferente de mi cuerpo, pero tenerlo cerca me hacía continuar. Ya pronto podría descansar.
Me despertó de repente el verme siendo cargado. No me había esperado algo así de un sacerdote. Al parecer, yo ya no le causaba el asco que antes me había confesado; eso me hizo sonreír. Tenerlo tan cerca era agradable, por lo que pasé mis brazos por alrededor de su cuello, sin prestarle atención al dolor que me provocó el movimiento. Era presa de su calidez otra vez, pero también, victima de la tentación que me provocaba.
Apoyé la cabeza en su hombro, estando a pocos centímetros de su cuello, embriagándome con el aroma exquisito que despedía. A pesar de todo, tuve la cordura suficiente como para no atreverme a propasarme; Dios estaba de mi lado en ese momento.
Llegamos hasta su habitación, por lo que me separé un poco para darle satisfacción a mi curiosidad. Quería conocer el lugar en el que tendría el honor de descansar. Pero desdichadamente, Giovanni me colocó boca abajo en la cama, seguramente por mis heridas.
Cuando se alejó asentí levemente y tomando las sabanas con ambas manos, aspiré su aroma del lecho.

Apenas volteó hacia mi dejé todo aquello con disimulo, no quería que descubriera aquellas manías mías. Me avergonzaban en algún punto.
Se acercó con unos objetos anunciándome que me curaría. Yo no dije nada, y me volteé, hundiendo la cara en la cama, para dejarle trabajar en mis heridas.

- ¡Aaah! - gemí por sus movimientos bruscos mordiendo las sábanas. No quería seguir gritando, también estaba cansado de eso, pero no podía evitarlo - ¿se ve muy mal? - pregunté con una voz contenida, intentando retener los gemidos, y aun con la sabana en mi boca.

“Lo siento” Exclamé al oír cómo se quejaba ante mi trato, una parte de mí lamentaba no poder ser más suave, a la otra simplemente no le importaba. Las curaciones siempre duelen después de todo. ¿Por qué con él debería ser la excepción? A demás sería peor dejar las heridas así, no podía permitírmelo.

“No se ve tan mal” Le aseguré a medida que iba limpiando la sangre y se iban dejando ver los latigazos que dejaban la huella de tajos sobre su piel, por suerte, no muy profundos. Su espalda, sus piernas, su trasero. Todo estaba marcado y todas y cada una de las marcas las limpié y traté con cuidado.

“Tan solo hace falta hacer que dejen de sangrar para que no aumente tu sed.” Dije mientras comenzaba a vendar la zona de la espalda con muchísimo cuidado. “Seguramente de aquí a un par de horas comenzaran a cerrarse, en especial luego de que hayas bebido sangre.” Cosa que no era de extrañar considerando que el muchacho, por muy arrepentido que estuviese no dejaba de ser un vampiro, como cualquier otro.

Su dolor me causaba una extraña sensación de placer que intentaba disimular. Pero apenas lo conseguía. Por suerte el chico no lograba ver mis ojos que recorrían su cuerpo con cierto descaro. ¿Qué pecado puede haber sobre un cuerpo purificado? Ninguno, claro está.

Aparté todo lo que utilicé para curarle y esta vez tomé el jarrón. El líquido rojo oscuro aún permanecía tibio. Ideal, suponía al menos, para el gusto de una criatura como Myuka.

"Adelante, bebe esto." Con el cuidado debido le ayudé a incorporarse lo suficiente para hacerle beber de ello. Por supuesto no diría la precedencia de aquella sangre, mal que mal nosotros teníamos todo lo necesario para mantener un vampiro vivo para un interrogatorio, o posterior a este.

Intenté reincorporarme un poco para facilitarle la tarea de vendarme, suspirando entre avergonzado y adolorido. Jamás me hubiera imaginado que sería lastimado "tan abajo”, más allá de mi espalda, y las manos del sacerdote en aquella zona me daban algo de pudor.
Desvié un poco la mirada mientras escuchaba sus acotaciones. Me sorprendía un poco que hable de mi sed como si fuera algo a lo que estuviera acostumbrado a tratar; como si fuera algo normal.
Cuando apartó los vendajes supe que había terminado, por lo que me digné a dirigirle la mirada. Mis ojos lo siguieron hasta que se desviaron hacia el jarrón que traía en las manos.

Mis pupilas se dilataban a medida que el recipiente era acercado hacia mí. Sin pensarlo entreabrí los labios, preparado para saborear aquel líquido que olía tan apetitoso.
Me mordí la lengua como castigo. Tenía sed. Estaba muerto de sed, pero no me podía permitir acciones tan instintivas, no era un animal, no era un monstruo tampoco; no me dejaba llevar por los impulsos del momento.
Bajé la cabeza y respiré hondo, esperando a que Giovanni me ofreciera o me pidiera que bebiera. Cuando lo hizo me relajé y tomé el jarrón con delicadeza, no tenía porqué parecer desesperado.
Bebí en un sorbo corto, como degustando...

Me relamí los labios con los ojos cerrados y tomé un sorbo más largo, seguido de otro que tiñó mis labios de rojo.
Levanté la vista hacia el sacerdote dejando el recipiente a un lado. Me incomodaba un poco beber frente a él... No quería que viera esa parte de mí. Tal vez hasta temía ser odiado por ello.
No había necesidad de seguir bebiendo...

- Padre... ¿qué va a hacer ahora? - pregunté algo curioso, tampoco quería ocupar su cama si él necesitaba utilizarla - ¿No es su hora de descansar?

Sin esperar respuesta di un paso fuera de la cama, y algo tambaleante, me puse de pie. Mis piernas aun dolían un poco, pero estaba dispuesto a esperar a que amaneciera para dormir.
Miré la cama dándole a entender que se la cedía, ya que... ni siquiera era mi cama, le pertenecía a Giovanni.

Fruncí el ceño ante su actitud. ¿Me tomaba por imbécil? Por supuesto sabía que la mísera cantidad de sangre que había bebido no iba a saciarle, por supuesto mucho menos iba a recuperarle. Consideraba hipócrita su actitud de niño bueno.

Lo vi ponerse de pie y mi expresión solo logró volverse más austera. Me paré de inmediato y me acerqué a él con el paso firme. Ahí estaba él, desnudo, maltratado, a penas capaz de sostenerse en pie pero con una voluntad admirable. Me provocaba, sin dudas, ejercer un poco de autoridad y violencia.

Le tomé del brazo y sin decir una palabra le lancé de vuelta a la cama sin preocuparme por cómo caía. De inmediato me monté sobre su pequeño y frágil cuerpo impidiéndole cualquier movimiento.

“¿Quién te ha dado permiso para dejar la cama?” Mi voz sonó ronca y seria. “Dije que bebieras, ¿no es así? ¿Crees que puedes engañarme acaso? Sé perfectamente el estado en el que te encuentras.” Le aclaré mientras sacaba una daga pequeña que llevaba en la correa de mi pierna derecha. Me la llevé a la boca y lamí el filo logrando hacerme un corte lo suficientemente profundo para hacer que la sangre escurriera, lo suficiente como para tentar la sed de Myuka.

“No me tomes por idiota. Obedéceme o me veré obligado a considerarte un rebelde, y haré que termines en la hoguera” Mi advertencia esta vez fue amenaza.

“Lo que vaya a hacer ahora no es algo que deba importarte.” Respondí frío, mientras presionaba una de las heridas de su muslo izquierdo.

Me quedé aturdido ante su reacción por no conocer qué la había causado. ¿Había hecho algo malo?
Me tiró en la cama logrando que mis heridas se volvieran abrir, manchando de a poco el vendaje que recién me había puesto. Ahogué el gemido que la acción me había provocado, ya que con la pérdida de sangre mi sed volvía a torturarme intensamente, otra vez.
No había tiempo para gemir, debía concentrarme en mi autocontrol, porque no sólo el cuello del sacerdote quedaba expuesto ante mi, sino también yo quedaba expuesto ante él.


Cerré los ojos mientras me hablaba, procurando no prestar atención a la cercanía y si a sus palabras. Ahora comprendía en que me había equivocado... lo que le había molestado.
Al parecer el trato con Giovanni era más estricto de lo que esperaba. No debía desobedecerle aunque mi "cortesía" se interpusiera.
Abrí los ojos de repente al sentir ese aroma tan particular.


Mis ojos volvieron a dilatarse al divisar como una gota de sangre se hinchaba sobre la lengua de Giovanni hasta convertirse en un fino hilo que manchó la daga con la que se había cortado.
Dejé de prestar atención a sus palabras; mi mente estaba completamente en blanco, y mis ojos seguían su lengua que chocaba con su paladar al hablar.


Me precipité sobre Giovanni, reincorporándome en un movimiento demasiado rápido, y pasando un brazo por su cuello y otro por su espalda, atrapé su lengua en mi boca. Pegando sus labios a los míos, absorbí con fuerza la sangre que emanaba hasta llegar el punto en que quería morderlo para que sangrara más. Entonces me detuve bruscamente, tirándome en la cama con una mano en la boca y otra en la cabeza.


No sabía que decir, tampoco como actuar, por lo que no hice más que respirar agitado con un miedo tan intenso que era palpable. No temía al castigo ni a la muerte esta vez... Tenía miedo de mi mismo, todavía era demasiado corrompible como para hacerme llamar hijo de Dios, no merecía su perdón... Pero aún así, todavía lo quería.
Me acurruqué en la cama sin mirar al sacerdote, temblando por mis propios pensamientos que eran mi flagelación.

Sonreí al verlo actuar tal y como lo había esperado. Sí, aún era un animalito que no podía ignorar sus instintos, y no, no era algo que considerase malo. Le permití beber mientras convertía aquello en un beso bastante intenso, yo también me deleité a mi manera.

Aun cuando se separó de mí veía la culpa en su rostro, veía su arrepentimiento y su poco autocontrol que lo dejaba a mi completa disposición. Me encantaba la fragilidad que me mostraba, como su cuerpo temblaba, como se castigaba solo con sus propios pensamientos.

“Pero que mal chico eres…” Susurré mientras me volvía a posicionar sobre su cuerpo y acariciaba sutilmente una de sus piernas. “Me doy la molestia de traerte una Jarra completa de la que apenas bebes y a penas hueles mi sangre no puedes controlarte. ¿No estás siendo un poco mimado, Myuka?” Le tomé del rostro con la otra mano y le obligué a mirarme. Mi cuerpo presionaba ligeramente el suyo, seguro le incomodaba el roce de las telas en las zonas más sensibles.

“¿Qué sucede? No recuerdo haberte dicho que no podías beber. Por supuesto de nadie del vaticano, pero parece que eso no te satisface. En ese caso seré piadoso y te dejaré beber de mí cuando lo necesites. Pero ten en cuenta que solo puedes beber de mí.” Sonreí intentando ser amable, pero no podía evitar que mi sonrisa fuera lasciva, aquello me entretenía. Al fin tenía una hermosa y necesitada mascota.

"No vas a moverte de ésta cama hasta que tus heridas se hayan curado, ¿Acaso deberé amarrarte para asegurarme de que obedezcas?"

Intentaba tranquilizarme; restaurar mi calma. Sin embargo, me era demasiado difícil hacerlo con el cuerpo de Giovanni tan cerca del mío. Su sangre, por otra parte, concluía con la traba que no me permitía relajarme. El sabor cálido, mezclado con la misma saliva del sacerdote me tenían extasiado.


Cada vez que esa frase atormentaba mi buen juicio cerraba los ojos con fuerza y apretaba los dientes. Era un pensamiento tan impuro y egoísta...
Mi boca se entreabrió y mis ojos se dilataron al sentir el aliento del religioso chocar contra la fría piel de mi oreja; y su mano, atrevida pero a la vez reconfortante para mi retorcido gusto, acariciaba una de mis piernas desnudas.
Me regañaba como era de esperar, pero a pesar de sus palabras, el tono no concordaba. Se oía diferente, no amenazante como de costumbre, más bien "meloso". ¿Por qué?
Finalmente me tomó del rostro para que lo mirase, y su aliento a sangre inundó mi olfato nuevamente. Insistía en tentarme, ¿estaba probando mi autocontrol? No sólo eso... su cuerpo estaba cada vez más pegado al mío y a pesar de que el roce de la tela molestaba un poco, su calor lo compensaba.
Mis ojos se agrandaron cuando me dio el permiso... no... el honor de beber de él. Jamás hubiera imaginado tal acto de bondad para con un vampiro, sabiendo que era un sacerdote quien había ofrecido su propia sangre.
Me sonrió de una forma que no llegué a comprender y después volvió a amenazarme como lo había estado haciendo con anterioridad.

- No, señor... - conteste a su pregunte de si debería amarrarme - Obedeceré-

Me relajé un poco más, girando mi cuerpo para apoyar la espalda en la cama y estar acorde al movimiento que el sacerdote había impuesto en mi cabeza. Una vez acomodado debajo de él, puse ambas manos a los lados de mi cabeza, como para demostrarle que estaba a su merced, y luego, pedí:

- ¿Puedo saciar mi sed? Por favor...

Me entró en gracia como el chico reaccionaba ante cada una de mis acciones más que a mis palabras. Me satisfacía el verle con esa actitud.

En algún instante creo haberme decepcionado, ¿Quizás era mi deseo el querer amarrarlo? No, de seguro era la voluntad de Dios manifestándose, pero por ahora ya que el chico se mostraba obediente dejaríamos el asunto de lado.

“Por supuesto que puedes, si te excedes me encargaré de detenerte, pero bebe con confianza, nadie va a interrumpirnos.” Le aseguré mientras la mano que anteriormente acariciaba su pierna subía ahora por su cadera, por su cintura hasta recorrer su torso. Acariciando la piel con mucha sutileza.

Lentamente procuré desabrochar mi camisa, no tenía intenciones de mancharla. Una vez fue suficiente para dejar mi cuello libre me volví hacia Myuka y le tomé la cabeza dirigiéndole hasta el espacio entre mi cuello y mi hombro, ahí debía morder. La curiosidad de sentir su mordida era innegable, mas no lo admitiría jamás. ¿Temor? No, jamás sentiría tal cosa siendo un hijo de Dios, siendo ya de por sí el dueño de aquella hermosa bestia.

Los labios me temblaron ante la afirmación. A pesar del miedo, el sabor de su sangre aun rondaba por mi paladar logrando que mi deseo de volver a probarlo se haga necesidad.
La sangre de Giovanni era exquisita, tenía un sabor único que sólo la prohibición podía causar.


De cierta forma, ese era el condimento perfecto. La adrenalina y el miedo, el temor de ser asesinado o asesinarlo. Nunca imaginé que ese sentimiento llegaría a mi alguna vez.
Me entregó su cuello, quitándose primero la camisa. Se entregaba a mi sed, me alimentaba como si yo fuera su mascota.


Apoyé tímidamente mis manos sobre sus hombros y olfateé el área. Su aroma era demasiado cautivante, tan tentador y a la vez, tan imponente y masculino.
Le dirigí una mirada directa a los ojos, la cual sería mi último pedido de permiso y apoyé mis labios sobre su cuello. No me atreví a morder inmediatamente, ya que todavía, me resultaba extraño.


Lamí la zona como una costumbre o ritual; sentía que así a la persona le dolería menos... extraña idea. Apoyé mis colmillos sobre su piel, entrecerrando los ojos por inercia, y finalmente los hundí en ella, logrando que la sangre comenzara a brotar.
Me apegué más a él, moviendo mis brazos por su espalda y sorbí con delicadeza… bebiendo lentamente.
Esta situación siempre hacía que extrañas sensaciones florecieran en mi cuerpo, como si deseara tener a mi "victima" más cerca.
Lamí la herida tras un leve suspiro de placer.

Me encantaba ver como me obedecía sin discutir o dudar de mis palabras.

Le vi comenzar a aferrarse a mí, se lo permití así como le dejé lamer mi cuello y cumplir todos sus caprichos más allá del hecho de beber de mí. No puedo negar que su lengua me produjo una extraña pero agradable sensación, el sentir su aliento y su ansiedad me ponía inquieto y me estimulaba a la vez tanto como a él.

“Tch…“ Me quejé levemente al sentir su mordida certera pero cuidadosa. En efecto dolía, pero era un exquisito dolor que me provocó un escalofrío por toda mi columna vertebral. Como una corriente eléctrica. Ahora que lo pensaba jamás me había dejado morder, entonces aquel pequeño debería sentirse afortunado y halagado. Aquel acto era un vínculo, un pacto en el que él me daba su alma a cambio de mi propia sangre. No era tan malo después de todo.

Suspiré luego de unos segundos relajando mi cuerpo, concentrándome en la sensación que me producía al beber de mí. Como un aguja que se clavaba constantemente y me llenaba de extraño éxtasis.
Por supuesto no me quedé quieto, no era su muñeco, sino su señor, su más cercano dios.

Mis manos recorrieron su nuca, parte de su espalda para luego seguir el recorrido por su torso, rozando su piel como si fuera casi una casualidad. Sin rozar ningún punto erógeno en sí, pero pasando bastante cerca. ¿Qué tan humano era su cuerpo? ¿Cómo reaccionaba? ¿Qué era la sangre para ellos? Dudaba que solo fuera un mero alimento por la expresión de satisfacción y el suspiro complacido que Myuka dejó salir.

“¿Satisfecho?” Pregunté en voz baja. Levemente provocador.

Succionaba y lamía su cuello. Cuando la sangre dejaba de escurrir en demasía, lo mordía una vez más y luego lo besaba, introduciendo la lengua en la herida. Saciando mi sed por completo, mientras en mi cuerpo la sensación extraña se intensificaba, obligándome a pegarme estrechamente a Giovanni.
Ya estaba lleno... Pero mantenía la boca presionada sobre su piel, para evitar que su ropa se manchara de rojo carmesí como lo estaban mis labios.
Por otra parte, su pregunta captó mi atención.


Finalicé con un beso que absorbió el resto de la sangre que escapaba de la herida y me alejé un poco para verlo de frente.
Me relamí para quitar un poco de los restos rojos en mis labios y luego asentí algo avergonzado. Aun se sentía extraño mi cuerpo, y no llegaba a entenderlo. Normalmente la sensación desaparecía al terminar de beber, pero esta vez no se quitaba.
Miré la evidencia entre mis piernas con asombro y una vergüenza matadora. Inmediatamente la cubrí con una mano, totalmente apenado por el hecho.


No sabía que decir, ¿acaso él también lo había notado? Intenté mirarlo para asegurarme si sus ojos habían visto mi intimidad y cuál sería su reacción en ese caso; pero sólo pude alzar la cabeza unos centímetros, alcanzando sólo a ver su boca.

Presioné un rato la herida de mi cuello, no tardó demasiado en dejar de sangrar por completo. Cuando lo hizo cerré mi camisa y ordené un poco mis ropas, pero no me retiré de encima de Myuka. A decir verdad el chico sí que había bebido de buena gana, me dejó un poco mareado, pero tan solo un poco. No lo suficiente para aturdirme. ¿Era natural, no? Después de todo yo no dejaba de ser un ser humano.

Su manera de asentir y responder era adorable sin dudas, me provocaba una doble sensación. Un instinto casi paterno por un lado pero el más fuerte sin dudas era ese impulso poco santo de querer abusar de él.

Me llevé una sorpresa al ver que no solo había quedado satisfecho al beber mi sangre sino a demás bastante prendido con el asunto. ¿Fue mi sangre? ¿Fueron mis manos? Quien sabe, pero me sorprendía lo sensible que era el muchacho bajo mi cuerpo. Sonreí con descaro.

“Vaya…” Comenté y luego agregué una suave risilla maliciosa. “¿Qué ocurre Myuka? ¿Tan bien ha estado que hasta te has excitado?” No podía evitar molestarlo, era uno de esos prototipos de chicos que parecen haber nacido con ese fin. De todas formas el hecho en sí no me molestaba, suponía que en verdad había sido placentero para él saciar su sed y aquello no era más que una pudorosa reacción natural. ¿Pero lo sería de verdad?

“¿Siempre te ocurre?” Pregunté con malicia con el fin de verlo sonrojarse. Tomé sus dos manos y las alcé sobre su cabeza. “¿Quién rayos te dijo que podías cubrirte? Quiero ver tu perversión, ¿O intentas esconderte de la mirada de Dios?” Le dije con un tono más duro mientras le miraba de pies a cabeza, con descaro, sin el más mínimo rastro de pudor o vergüenza.

El haber bebido me había otorgado un color más cálido, más humano en la piel. Razón por la que no fue muy difícil que con sus palabras mis mejillas se tornaran rosáceas. Giovanni había notado mi evidente excitación, que al no estar cubierta por ninguna clase de prenda, me delataba sin piedad.
Intenté negar cuando preguntó si siempre me ocurría, pero me arrepentí justo a tiempo. El darle esa respuesta le demostraría que ésta ocasión "había sido especial".


Tomó mis manos y las puso sobre mi cabeza, dejando descubierta aquella parte que tanto me avergonzaba. Por ende el color en mis mejillas se intensificó, clavándose mis ojos en los suyos, escuché sus palabras sin poder imaginar una respuesta.

- Y-yo... - tartamudeé a duras penas, sin saber que decir ante sus comentarios.


- No... - respondí desviando un poco la mirada para que la vergüenza no me cegara de mi deber, aunque mis piernas intentaran juntarse por instinto, para cubrir en vano la parte expuesta “a los ojos de Dios”.


Miré a Crivello por el rabillo del ojo, haciendo un esfuerzo por mantenerme firme en su mirada. No sabía que más hacer, después de todo. ¿Qué deseaba el padre de mí ahora? Mis heridas se curaban con rapidez por haber bebido su deliciosa sangre, y el dolor era un leve cosquilleo comparado con el anterior. Las heridas cerraban con rapidez. ¿Era eso lo que él veía en realidad?

“Al parecer te encuentras mucho mejor” Le comenté quitándome repentinamente de encima suyo, soltando sus manos pero procurando que por ningún motivo volviera a cubrirse. Se lo advertí con una simple mirada seria y autoritaria.

“Tu cuerpo, a pesar de estar muerto reacciona igual que un humano. ¿No es irónico?” Dije mientras le miraba descaradamente la entrepierna. “¿Y bien? ¿Qué planeas hacer al respecto? Aquello no solo debe ser incómodo, sino también debe doler como cualquier erección.” Dije mientras me sentaba a su lado y continuaba acariciando su pierna con una de mis manos, tan solo unos cinco dedos sobre su rodilla, sin pudor, sin aparentes dobles intenciones.

“¿Seres como tú pueden correrse? ¿Puedes eyacular? Después de todo el único fluido que alimenta sus cuerpos y circula en ustedes es sangre…” No podía decir que aquello no me causaba curiosidad y esta era la primera vez que tenía la oportunidad de presenciar y preguntar algo así, por supuesto no había estado dentro de mis planes, pero ya que se había dado la oportunidad, no lo dejaría pasar así como así.

“No es mi intención que me malinterpretes, pero todo respecto a ti me resulta interesante y productivo para nuestros archivos, sea lo que sea no dejas de ser una fuente de estudio Myuka.” Le tomé de un brazo y le obligué a incorporarse en la cama, quedando sentado. “Así que me dejarás ver y saber todo de ti.” Demandé con malicia.

Me relajé un poco cuando notó mi mejoría. Tal vez yo estaba malinterpretando las cosas; él sólo revisaba mi estado y salud. Finalmente me liberó, permitiéndome amagar a cubrir mis partes, pero su mirada penetrante me detuvo.


Volví a la posición anterior mirándolo con un poco de angustia y vergüenza en aumento. ¿Que no había inspeccionado ya mis heridas? ¿Por qué deseaba verme todavía?
Escuché sus siguientes palabras y mis ojos se agrandaron al ver a donde se dirigía su mirada. ¿Qué mi cuerpo reaccionaba como si fuera humano?
Me mantuve en silencio con sus preguntas, ya que no tenía planeado hacer nada al respecto. Pensaba dejar aquella parte como estaba... tarde o temprano volvería a como se encontraba antes, ¿verdad? Si había podido soportar el ritual, podría soportar la leve molestia que se propagaba por mi entrepierna. Pero al parecer, Giovanni tenía otros planes.

- Padre... por favor... ya no - tuve que rogar ante la lluvia de preguntas que cayó sobre mi; una más íntima que la otra. La verdad es que ni yo sabía la respuesta a ninguna de ellas, jamás lo había comprobado.

Sus palabras aumentaban mi vergüenza e instinto de cubrirme, por lo que mis piernas se posicionaban una sobre otra con el ánimo de ocultar mi intimidad, mientras que yo apretaba las sábanas en mis manos para que no pudiera bajarlas en un impulso traicionero para protegerme de sus ojos.


Giovanni Crivello era un hombre de Dios, nada de lo que pudiera hacerme iría en contra de su mandato. Era algo que debía gravar en mi mente para siempre. Todo lo que el padre me hacía era voluntad del Señor. ¿Por qué habría de malinterpretar o contradecirle?
De repente me obligó a reincorporarme, demandando mi consentimiento.
No sabía a donde me llevaría mi respuesta, ni mucho a menos a que debía dar consentimiento, pero asentí ciegamente.

- Lo que usted desee, Padre... Jamás me atrevería a atentar contra la voluntad de Dios - pronuncié con seguridad aunque en mi rostro se dibujara el miedo. Ya había sufrido el ritual, y había sido la cosa más dolorosa que había vivido hasta el momento. ¿Que me esperaba ahora?

Noté su evidente vergüenza, confusión e inseguridad al responderme. Así que ¿no tenía ni la más mínima idea de cómo funcionaba su propio cuerpo? Me parecía hasta absurdo que así fuera considerando que el chico tenía bastantes años. En mi mente pensaba que hace un buen rato había dejado de ser el adolescente que aparentaba ser.

“¿Myuka… eres virgen?” pregunté mientras le obligaba a sentarse sobre mis piernas y me daba el permiso para arroparlo entre mis brazos. “¿Cómo puede ser que no tengas idea de nada?” Le increpé al oído, con una voz calmada y altiva a la vez.

“¿De verdad es la primera vez que te ocurre algo así?” La última pregunta fue hecha en un susurro, mucho más íntima, confidencial. Suavemente le acaricié los hombros y deslicé una mano por toda su espalda, delineando la columna. Con la otra mano procuraba sujetarle y acercarlo contra mi pecho, quería sentir su cuerpo temblando sobre el mío, quería ver como una criatura “sobrehumana” se volvía tan dulce e indefensa como un pequeño cachorro.

“Si es así entonces me encargaré de que hoy te conozcas, de que aprendas de ti mismo.” Le aseguré a la vez que mi mano pasaba por su cuello y luego bajaba por su clavícula, delineándola con suaves roces para luego continuar hasta sus pezones, los que con la misma suavidad delineé en un movimiento circular un par de veces hasta sentir como se endurecían en mis manos. Continué bajando con ese toque sutil en línea recta hasta su obligo el que rodeé, como evadiéndolo pues mi objetivo estaba aún más abajo. Pasé por su cintura y cadera, delineando hacia abajo su ingle para luego subir, pasando sutilmente por su estómago bajo, sin llegar a rozar su entrepierna caliente.

“No quiero oír reclamos, recuerda que le perteneces al Vaticano… No, recuerda que… Me perteneces.”

Sentí como me hacía sentar en su regazo y me abrazaba en una suave caricia mientras me volvía a hacer una pregunta tan íntima como las demás... Preguntó acerca de mi virginidad. No sabía como responder... ¿me la habían quitado? ¿A eso se le consideraba perder la... virginidad? No estaba seguro, pero la forma en la que uno "dejaba de ser virgen" me daba pavor desde aquella vez. Sin embargo, no me atreví a relatarle aquel detalle íntimo en la historia que tuve que escribir con anterioridad.
Pronto pude sentir sus manos sobre las zonas más sensibles de la parte superior de mi cuerpo; como cada caricia me hacía sentir tan extraño y conseguía que me doliera aún más la entrepierna.

-Nn... Mmm - pequeños quejidos se hicieron escuchar proviniendo de mi boca; acompañando el vaivén de sus manos. Mi cuerpo estaba demasiado sensible; hasta la más mínima caricia me hacía estremecer.


En una reacción rápida me aferré a su ropa. Sentir sus manos tan cerca de la zona "adolorida" me asustaba, pero a la vez, se sentía bien.

- Por favor, Padre... - pronuncié preparado para pedir que se detenga, pero cuando iba a hacerlo, escuché su orden. No quería reclamos.


Apreté mis labios, censurando la súplica y apoyé mi cabeza sobre su pecho, ocultando mi rostro. No quería que me viera en ese estado tan vergonzoso y temeroso. Tampoco quería que indagara en mi pasado, ni en mis intimidades, pero sabía que de todas formas, eso lo tomaría a la fuerza.

Detuve mis manos al darme cuenta de que el chico estaba no solo avergonzado sino también aterrado a lo que pudiera hacerle. ¿Qué planeaba hacerle? A decir verdad mi mente no había pensado nada más allá, tan solo me deleitaba al sentirlo estremecerse ante cada toque de mis dedos. ¿Solo era eso?

Suspiré y deposité un suave beso en su frente resignándome, al parecer Myuka no estaba en las condiciones, básicamente mentales, de soportar mi “investigación” y considerando lo que ya había ocurrido por esta noche el crío se merecía un descanso.

Le volví a recostar en la cama y sin decir una palabra le acaricié el cabello, lo cubrí con las sábanas y me alejé de él hacia mi escritorio sin volver a mirarlo. Por hoy lo dejaría en paz.

Tomé mi chaqueta y arreglé mis ropas, cuidando que la herida de mi cuello no se viera bajo ninguna circunstancia. Me alisté pues tenía intenciones claras de salir y dejarle descansar, por mi parte aún habían asuntos que debía solucionar antes de pensar en dormir. Le di una última mirada antes de posar mi mano en la manilla de la puerta.

Se detuvo de repente, consiguiendo que levantara la vista y le mirara a los ojos, más él no me miro a mi. Sólo me depositó en la cama y me cubrió con las sábanas.
Al fin mi cuerpo estaba lejos de su vista, y el color de mis mejillas pudo cesar de a poco. Sin embargo, sus intenciones de retirarse no me dejaron tranquilo.
Me reincorporé en la cama, pero no me bajé, sólo me senté y espié sus movimientos de lejos..

- ¿Ya se marcha? - pregunté apenas puso su mano sobre el pestillo de la puerta - ¿Qué pasó con la investigación?

No entendía en lo más mínimo qué estaba pasando, por qué se detuvo o porque pretendía irse sin explicarme nada en absoluto. Sólo quería respuestas...

- Pensé que era importante para el Vaticano... para sus archivos. Usted dijo que era una fuente de estudio, ¿verdad? ¿Por qué no termina su investigación? - pregunté curioso aunque mi tono había sonado erradamente demandante.

No había sido mi intención decirle lo que debía o no debía hacer, sólo surgió ese tono de voz entre medio del manojo de nervios que estaba hecho. Ni siquiera tenía la ropa puesta todavía, ¿cuánto más estaría desnudo?

- ¿Padre?

“¿No crees que es hipócrita de tu parte actuar así luego de que estás casi aterrado en mis brazos?” Le pregunte apenas girando la cabeza, mirándole de reojo de mala manera. Sí, estaba molesto. Lo suficiente para tener las ganas de ir y al menos darle una bofetada, pero me contuve. Sí, la piedad de Dios. Sin embargo sus palabras cada vez me hacían dudar más de ella.

“No eres quién para cuestionar mis acciones. Veré como conseguir información. Quién sabe, quizás me encuentre otro vampiro arrepentido por ahí.” Sin querer soné más resentido de lo que en verdad deseaba mostrarme, pero era inevitable pues me parecía hasta malagradecida la actitud que Myuka había adoptado. Claramente aún tenía que acostumbrarse a mí. Solo por ser su primer día lo estaba perdonando, a partir de mañana no habría más piedad ni consideraciones.

“Iré por ropas nuevas para ti, tengo que informar tu llegada y estado también. No olvides que aquí cumplo un trabajo.” Le aclaré sonando bastante frío. Que se acostumbrara a ello pues ya había sido lo más amable posible con él. Ahora que lidiara con su propio cuerpo si podía.

“Quedate aquí y descansa, ve como solucionas tu “pequeño problema”. Tienes prohibido salir. Cuando vuelva supongo que estarás más tranquilo.” Tras decir eso último abrí la puerta y terminé cerrándola con un sonoro portazo para luego cerrar la habitación con llave desde afuera.

Mi tono si había sonado demandante, culpa de los nervios al preguntar, y Giovanni estaba enojado ello, demasiado, tal vez. Me llamó hipócrita y me "amenazó" con cambiarme por otro vampiro, o eso me había dado a entender.
No di a conocer la puñalada que había significado eso para mí, e internamente me maldije por ser tan posesivo y celoso. Me encariñaba demasiado rápido, y siempre terminaba perdiendo a aquella persona que había eliminado mi soledad. No sólo porque algunos decidían tomar caminos diferentes, sino también porque yo era inmortal, e irónicamente, para mi nada duraba para siempre.
Mantuve la cabeza gacha durante todo el reto, y a pesar de que podría haberme justificado o haberle explicado mis verdaderas intenciones al preguntar... No lo hice. Tenía la idea de que si lo hacía terminaría enojándose más. Lo único que quedaba por hacer era disculparme y obedecer sus órdenes, pero el sacerdote se me adelantó.


Terminé por censurar mis últimas palabras. Giovanni era un hombre ocupado como para que lo moleste con mis "problemas y dudas"...
Justo cuando iba a contestar lo que había dicho sobre como me desasearía de mi "excitación", el sacerdote cerró la puerta violentamente y me dejó encerrado bajo llave.
Tardé un poco en reaccionar, todo había sido muy rápido.

- Lo siento... - dije casi con un hilo de voz y me recosté en la mullida cama, esperando que el dolor allí abajo cesara por su propia cuenta.