Ritual [Myuka]

Caminamos con lentitud, no había porqué apresurarse mucho menos cuando se sabe que se va al dolor. Las miradas ya no nos seguían, quizás muchos ya habían comprendido la situación y solo esperaban ver el resultado final. Durante el día me encargaría de informar a todos que estaba estrictamente prohibido meterse en mi habitación o atentar contra la vida de Myuka. A partir de mañana sería uno más de nosotros, uno mucho más valioso que miles de los que ahí estaban.

Entramos al salón de torturas, me encargué de cerrar con llave la puerta y posteriormente encender las velas que necesitaríamos. Siete velas blancas al centro de la habitación.

“Por favor no te asustes demasiado con lo que ves aquí, normalmente las cosas mas horribles se ocupan para interrogatorios o para deshacernos de esas criaturas. Para los rituales solo ocupamos cosas… soportables.” Le indiqué y es que en aquel lugar había ciertamente DE TODO.

“Necesito que te concentres un rato, órale al señor, pídele por tu alma, que perdone tus pecados y que te acompañe en esta prueba” Me puse frente a él mientras me encargaba de quitarle la sotana sin su permiso, sin llegar a ser rudo con él. “Cuando te sientas listo párate al centro de las velas.” Le indiqué antes de alejarme de él con sus ropas que quedarían colgadas junto con mi chaqueta.

A medida que nos acercabamos al lugar donde se llevaría a cabo el ritual, podía sentir como la voluntad acumulada quería escapar. Cada paso se hacía más pesado, me costaba mover los pies, el miedo quería traicionarme... pero no podía permitirlo. Sólo este cuerpo muerto recibiría el daño, mi alma sería bendecida. Tenía que obligar a mi cuerpo a aceptarlo.
Me matuve conteniendo el valor con firmeza, hasta que entramos a la habitación. Gran cantidad de ese coraje se desvaneció en un suspiro al reconocer la clase de herramientas que "decoraban" el lugar. Cada rincon y recoveco estaba repleto de artefactos de tortura, y a medida que mi vista recorría la habitación un suspiro de valor se me escapaba. Bajé la cabeza inmediatamente, conservando el coraje que me quedaba.


Tragué en seco; lo que me pedía era imposible. Por más que supiera que varios de los instrumentos que allí se encontrtaban, no los usaría en mi, el verlos me causaba temor. ¿Cuáles usaría entonces?
Sus manos sobre mi ropa me desconcentraron... justo lo que necesitaba. Comenzó a quitarme la ropa que con tanto esfuerzo me había colocado frente a él. Que me la quité me ocasionaba una sensación de verguenza que no podía ocultar... no quería que me viera, por más de que no lo hiciera con malas intenciones.
Volví a bajar la cabeza cuando acabó y comencé a acatar sus consignas. El momento había llegado...
Junté mis manos y comencé a oral, pidiendo por mi alma, por mi salvación... por misericordia. Mientras que con mis propias palabras intentaba recuperar la voluntad perdida al entrar al salón.
Cerré los ojos al orar, no quería ver al sacerdote, no quería presenciar su selección de instrumentos. No quería saber de que iba el ritual ni saber si sus ojos se posaban sobre mi cuerpo desnudo.
Una vez listo, me levanté y caminé lentamente hacia el circulo, con la mirada en el piso, viendo solo el baiben de mis pies.
Finalmente levanté la mirada hacia Giovanni dandole a entender que ya estaba listo.

En verdad esperaba que Myuka pudiese orar de verdad. Nada me indicaba si realmente estaba dispuesto a entregar su alma a dios o no, tan solo podía creer en aquel pobre cordero descarriado y en su fuerza de voluntad.
Le dejé un momento tranquilo mientras yo preparaba las cosas. Así mismo procuré prepararme, desabroché un par de botones de mi camisa, sin dudas necesitaría un poco más de libertad de movimientos. También oré y pedí por el chico. Aquello sería un santo ritual y no me permitiría errores.

Cogí de uno de los estantes un látigo corto y lo bañé en agua bendita mientras repetía la palabra del señor. Una vez me voltié al vampiro lo hice sin una expresión clara en mi rostro, aquello merecía toda la seriedad y el respeto del mundo, por más que me encantara realizar el ritual, por supuesto, me conmovía convertir a más hijos de dios, pero no por ello dejaba que la lujuria se apoderase de mí.

“Tranquilo, tu procura seguir orando, no dejes que el diablo se apodere de ti, no dejes que te infunda temor” Le susurré al oído para luego dar un par de pasos atrás, logrando tomar la distancia adecuada.

“50” Decreté que aquel sería el número de azotes que el chico recibiría, bastante poco considerando que el vaticano a veces castigaba hasta con 200 golpes o más.

“Bendecida sea tu alma, purificado sea tu cuerpo, que dios te libre de todo pecado. Amén” Fue lo último que dije antes de lanzar un primer golpe, certero, fuerte en su espalda.

Cuando se volteó, vi el látigo en una de sus manos... Parecía estar mojado en algo, pero preferí no prestarle demasiada atención. Me afirmé en mi lugar y suspiré en forma de preparación para lo que seguía. Mantener mi voluntad, retener el miedo que no quería mostrar y soportar...; consolándome con la idea de que, una vez que esto terminara, me sentiría mejor.

- ... 50... - repetí con el mismo tono que empleó el sacerdote. No era un número muy elevado, no a comparación de otros, pero por alguna razón tragué en seco al pronunciarlo.

Finalmente, comencé a acatar sus nuevas órdenes: juntando las manos a la altura de mi pecho, bajé la cabeza y cerrando los ojos comencé a orar. Intentaba concentrarme en lo que debía pedir... en lo que quería conseguir. Las suplicas a Dios se repetían en mi mente una tras otra sin fin aparente, hasta la primera pausa.
El azote consiguió que en mi mente dejara de orar para abocarme al dolor.

- ¡¡Aaah!! - fue imposible retener ese gemido. Había pensado que se sentiría como un corte, uno profundo y doloroso... pero a eso anterior ahora se le sumaba la sensación de tener fuego en la espalda, ¡¿Por qué quemaba?!

Mordí mi labio inferior y apreté mis manos unidas con más fuerza, debía continuar... sólo era el primero. Mis súplicas comenzaron a tomar un tono más exigente, como si estuviera intentado apresurar a Dios a que me perdonara, aunque sólo eran en mi mente.

- ¡¡Aaah!! Maldic- - con el segundo azote tuve que censurar mi vocabulario. Por poco y acabo maldiciendo en un ritual divino - Sss, aah - suspiré en un gemido orando entre dientes; ya no podía concentrarme como para hacerlo en mi mente, necesitaba escucharme.

El tercero me hizo perder el equilibrio, por lo que di un paso errado hacia adelante, apretando los ojos y gimiendo de dolor. No caí, por lo que volví en mis pasos a la posición original, orando más abiertamente.

- ¡Oh Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme en ti! - pronuncié cortadamente mientras recibía el cuarto azote, para detener mi rezo en seco. Cada oración que sabía y había aprendido en mi vida humana, todas aquellas que creía haber olvidado... en ese momento volvieron a mi mente como retazos - ¡Oh beatísima Trinidad!, os doy palabra de procurar con todo esfuerzo y empeño salvar mi alma, ya que la creasteis a vuestra imagen y semejanza y para el cielo... ¡Aaah!

Con el quinto terminé por caer de rodillas y manos al piso, ¿por qué me sentía tan débil? ¿Qué clase de dolor era este? Quemaba, me hacía perder las fuerzas. Pero no iba a rendirme, no podía resignarme una vez que el ritual había comenzado. Habría sido una perdida de tiempo soportar los primeros cinco para no terminar con los 45 que quedaban.
A pesar del dolor que me torturaba, reí por mi estúpido pensamiento. Todavía faltaban muchos... había sido un pésimo consuelo.
Me levanté cansado y adolorido, pero lo conseguí. Junté las manos nuevamente y esperé su siguiente azote, ya que sin eso, perdía la noción de que oración debía emplear. Oraba según la tenacidad del azote.

No había nada más delicioso para mí que oír aquellos gritos mezclados con las desesperadas oraciones. Tal arrepentimiento y a la vez tal fuerza, tal coraje, tal dolor. Era simplemente hermoso, admirable y divino.

Seguí azotándolo, intentando mantener la misma fuerza en cada golpe. Sin llegar a exagerar por supuesto ya que creía que era suficiente el daño que recibiría su cuerpo, más aun con el agua bendita que, si bien es cierto no hería considerablemente a estas criaturas, si las debilitaba y molestaba, así mismo impedía la inmediata cicatrización de sus heridas. Por supuesto tampoco fui piadoso al golpearle, no tenía por qué, después de todo la fuerza del castigo de dios estaba en mi mano y en ella aquel chico encontraría su salvación.

“39…” Conté con la voz inquebrantable. Vi como su espada sangraba considerablemente por lo que el siguiente golpe lo asesté más abajo, sobre sus glúteos.

“40” Los últimos diez los repartiría entre sus piernas, en su espalda casi no quedaba lugar para otro golpe más. La piel estaba irritada, destrozada y manchada en carmín.

Me detuve un momento para recitar la palabra de Dios, tan solo un par de versículos antes de continuar. Aquel cuerpo sería santo, sería entregado a las manos del señor para que él cumpliera su voluntad. “No te vayas a desmayar” Le advertí porque eso sería una batalla perdida. Un ritual interrumpido no es más que una ceremonia inútil.

“41” Continué la cuenta, solo quedaba un poco más.

Mis manos temblaban y mis ojos, ya abiertos, se mantenían fijos en un punto distante, como si no estuviera viendo nada. Había perdido la cuenta, por lo que no era muy alentador no saber cuanto faltaba, si ya había acabado y el sacerdote seguía sólo por diversión...
Apretaba los dientes, suspirando en palabras inentendibles las oraciones dirigidas al Señor. Mi cuerpo estaba tenso, preparado para cualquier golpe, y mis gritos ahora se ahogaban en mi boca cerrada.
El número dicho por Giovanni me hizo suspirar de alivio, ya faltaba menos, ya casi terminaba. Pero el siguiente golpe fue más abajo, en una zona que no había sido azotada con anterioridad, un lugar que no había preparado.

-¡¡Aah!! - no reprimí mi gemido, no había esperado un golpe ahí. Mordí mi labio inferior clavando mi colmillo derecho sobre él, y aunque fuera extraño, la comparación de dolor me hacía sentir mejor. Sin embargo, no me dio tiempo para recuperarme, efectuando su próximo golpe en mis piernas. Volví a caer al piso de rodillas... esa era otra zona bastante sensible. Me levantaba como podía pero un nuevo golpe me hacía caer.


Repetía en mi mente cada vez que tenía que volver a pararme. Cada azote a mis piernas me hacía gemir como a un principio, desesperado y sollozante, pero eso no me impedía volver a pararme con la frase "pronto acabara, Dios, salva mi alma".
Soportaría hasta el último, luego podría "desahogar mi dolor".

Él era sin dudas un ser hermoso. Ante cada golpe más hermoso me parecía. Todo cuanto asco pudo darme, todo sentimiento de repulsión se convertía de a poco en una admiración y un deseo noble de proteger a aquel ser, de mantenerlo bajo mi cobijo, solo y tan solo bajo MI cuidado.

“49” Anuncié viéndolo caer por enésima vez al piso, tan solo una vez más y su cuerpo estaría puro, su cuerpo podría ser de Dios… y mio.

“50” El último golpe lo volví a dar en el trasero del chico. Sí, quizás esta vez puse un poco más de fuerza, pero sin dudas no fue algo intencional, quizás solo era la voluntad de Dios. “Purificado su cuerpo, liberado su espíritu, bendecido su ser, salvada ha sido el alma del cordero. Amén” Recité antes de comenzar a guardar el látigo. Me sequé un poco el sudor de la frente, después de todo azotar significaba un gran esfuerzo. Volví a regularizar mi respiración mientras caminaba hacia los estantes.

“No te muevas de ahí” Le indiqué mientras bendecía su ropa y se la llevaba, junto a un jarro de agua bendita y una toalla. “Buen chico, has logrado llegar al final del ritual.” Le anuncié mientras dejaba caer el agua bendita sobre su cabeza. Seguramente le escocería un poco la piel, pero limpiaría sus heridas.

"Has recibido el perdón de Dios, Myuka." Dije mientras le secaba, primero el rostro, luego el resto del cuerpo, cada rincón con el debido cuidado. "Ya no eres un vampiro como los otros, eres nuestro cordero perdido que ha vuelto al rebaño."

Cuando pronunció el número 49 una sonrisa y un suspiro, casi una risa de felicidad, salió de entre mis labios. Sólo faltaba uno para que mi alma se salvara, para que el dolor terminará de una vez.

- ¡¡AAH!! - gemí más fuerte, agudizando la voz al final del grito. El último se sintió más doloroso, como si hubiera empleado más fuerza para aquella zona tan sencible... ¿Por qué me golpeaba ahi?

Tensé mis manos ya separadas y las volvi a juntar cerca de mi rostro, mordiendo mi dedo pulgar con los ojos cerrados fuertemente. La sensación perduró bastante tiempo, por lo que mientras el padre terminaba con el ritual e iba por mi ropa, yo conseguía superar la sensación de a poco.
Ya estaba bastante mejor cuando se paró frente a mi, aunque no podía retirar la mirada angustiada de mis ojos -el dolor la provocava- por más que en mi boca se extendiera una sonrisa.


Había alcanzado mis objetivos, aquellos por los cuales había luchado y sufrido tanto tiempo. Era libre de mi pesar y pena... tendría lo que siempre había querido... felicidad.
De repente me empapó en agua vendita, haciendo que mis heridas abiertas comenzaran a arder.

- Aaah - a pesar de que ese pequeño gemido no se comparaba a los anteriores, lo hecho había dolido. Sin embargo, y por suerte, el padre Giovanni me secó con una toalla, y el nuevo dolor cesó.

Escuché sus palabras, finalmente sonaban alentadoras. Ya no era un vampiro para el vaticano ni para Dios.

- ¿Entonces he sido perdonado? - pregunté y antes de escuchar respuesta apoyé la cabeza sobre el pecho de Giovanni, estaba feliz, pero también cansado. Tal vez por ambas razones terminé prendido a su ropa, abrazándolo - Gracias...

Me aferré con un poco más de fuerza y mis ojos comenzaron a entrecerrarse por el agotamiento. Mis heridas tardarían mucho en sanar si no "bebía", pero no sabía si era correcto pedir algo tan... poco humano... ni siquiera a mi me gustaba beber, por más de que fuera una necesidad básica. Me hacía sentir... diferente... pero mal.

- Tengo sed... - exclamé como comentario.

“Has sido perdonado, pero debes mantener una conducta digna para un hijo de Dios si no quieres tener que volver a pasar por esto. No me desobedezcas ¿De acuerdo? “ Dije mientras le permitía apoyarse un poco en mi. Cuando terminé de secarlo por completo bendije su cuerpo con la señal de la cruz en su frente y luego deposité en ella un beso.

“No tienes nada que agradecer, eres tú mismo quién a salvado su propia alma” Puse la sotana sobre sus hombros para abrigarlo un poco, no se la pondría correctamente o seguro le escocería más la piel.

“Bien, regresemos.” Me puse de pie y le ofrecí la mano imaginando que todavía podía andar. “Una vez lleguemos a mi habitación te daré algo de beber, por ahora intenta controlarte. Ya no eres una bestia y beberas lo que te dé, jamás directamente de un humano. ¿Entendido?” Le advertí en un tono suave ya que no quería desastres, menos justo ahora que el chico pasaba a estar entre los nuestros y todas las tropas estarían con la mirada sobre él, esperando a verlo cometer un error. Esperando verlo caer. Estaba seguro que más de alguno le tendería una trampa, pero a pesar de verse joven aquel vampiro tenía los años suficientes como para poder valerse por si mismo.

“¿Puedes ponerte de pie?” Pregunté con un tono un poco frívolo al no verlo moverse de su lugar. Aunque claro, imaginaba que incluso para un vampiro no era cosa fácil recibir 50 azotes divinos. Esperé paciente a que me respondiera mientras me colocaba la chaqueta y comenzaba a apagar las velas ocupadas en el ritual, volviendo a dejar todo en su lugar.

Una vez se alejó de mi, permitiendo que el calor de su cuerpo me abandonara, me arrodillé en el piso levantando la cabeza hacia el techo con los ojos cerrados. Estaba cansado y aun bastante adolorido, necesitaba un respiro.
La idea de que me alimentaran no se oía tan mal. Después de todo beber de un humano me parecía algo desagradable y a la vez, me traía malos recuerdos.


Mi vista se posó en las muñecas del sacerdote y me relamí deseoso los labios. Esa zona tan sencible... "me encantaría morderlo y lamer su sangre".
Mis ojos se abrieron impresionados de mis propios pensamientos, volví a bajar la cabeza con ambas manos sobre la boca. ¿Cómo podía estar pensando cosas así? No me atrevería a poner un colmillo sobre él... no podía... ¿cierto?
Dios, acababa de pedir perdón por mis pecados, redención al costo de no volver a pecar y ya me sentía inseguro de mis propias palabras... La sed me hacía dudar, eso era... pero podía controlarla, tuve más de un siglo para perfeccionar mi control.
Volteé algo asustado, mirando por sobre mi hombro cuando el sacerdote me hizo una pregunta. Temía que se diera cuenta de lo que estaba pensando, aunque eso fuera imposible.

- ... S-si ... puedo levantarme... - contesté algo entre cortado haciendo un esfuerzo para volver a ponerme de pie.

Me tambaleé un poco al principio, pero pronto recuperé el equilibrio. Caminé a un paso lento como si me pesaran los pies y me acerqué lo suficiente como para tomarlo con ambas manos del brazo. Se sentía tan cálido, tan humano... Jamás podría dañar algo así, ahora estaba seguro.
Casi por instinto refregué mi rostro sobre su brazo cual gato en busca de cariño, mientras en mis labios se formaba una sonrisa de satisfacción. Adoraba esa calidez que se adhería a mi piel.

A decir verdad no esperaba que el chico en verdad fuera capaz de pararse, por lo que no pude evitar sorprenderme cuando lo logró. Le permití apoyarse en mi para así evitar que perdiera el equilibro al caminar.

Procuré llevar un paso tranquilo, lento, para que pudiese andar sin muchos problemas aunque sería solo hasta las escaleras. Poco a poco y de forma inevitable vi como su sotana comenzaba a mancharse con la sangre de su espalda. Al parecer lo primero que debería hacer sería atender sus heridas una vez llegáramos a mi habitación, su estado no era precisamente uno estable, pero tampoco corría riesgo vital. Curiosamente tras aquel ritual su cuerpo parecía humano aunque solo fuese producto de lo que yo le había hecho. Aún así esperaba que pudiese comprender y apreciar el dolor que sentía.

Dejé la habitación a oscuras y cerrada con llave. Salimos del subterráneo y, como la cantidad de sacerdotes que circulaba en los pasillos era mayor y las habitaciones quedaban en la planta alta, decidí hacer mi obra de caridad del día y tomar en brazos a Myuka. Lo cargué por las escaleras sin emitir comentario permitiendole que descanzara su cabeza en mi hombro, en parte sabía que exponerlo en su estado a la cercanía de mi cuello era como tentar al diablo, pero tenía que probarme que era capaz de aguantar. De lo contrario hasta ahí llegaría mi compasión.


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