Redención [Myuka]

Caminé con el chico bajo mi brazo, nadie se atrevía a mirarnos, mucho menos a comentar el hecho de que el capitán metiese a un vampiro de lleno al vaticano. Todo el escuadrón estaba atento, pero les pedí privacidad, luego explicaría y entregaría un informe detallado al Papa, solo a él debía rendirle cuentas después de todo.

Les pedí a todos retirarse de la habitación. Aún había cosas que quería discutir con el chico y otras que debíamos poner en orden.

“Ya estás aquí. Primeramente necesitaré un poco de tu cooperación para conseguir la autorización para que te quedes aquí.” Me quité la chaqueta y el sombrero, mas no las armas. Caminé hasta la mesa central donde dejé a Myuka.

“Siéntate por favor” Busqué en el estante una carpeta con varios documentos referentes a vampiros. “Formarás parte de uno de los nuestros, asi que debes ser ingresado correctamente como tal. Tendré que hacerte un par de exámenes, no tardaré mucho.” Se explicó con calma, después de todo ya no había vuelta atrás.

Finalmente puse pie en el vaticano y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Se sentía extraño, aunque sólo era un edificio, pensar en lo que representaba era suficiente para que mi cuerpo se estremeciera. Era miedo, estaba seguro... La idea de poder morir dolorosamente en cualquier momento me perturbaba a cada paso.
Intenté distraerme contemplando la estructura, a pesar de que me pareciera un poco siniestra, en realidad era bonita. Si hubiera entrado estando con anterioridad, durante mi vida humana, posiblemente hubiera sonreído al verla, pero ahora la magnitud del lugar me hacía sentir inferior... indefenso.
Me aferré a mi acompañante al sentir las miradas de los sacerdotes clavándose en mí. Sabía que ellos no tendrían la paciencia para que les explique primero mi situación; no actuarían como el religioso que me llevaba. Ellos me matarían sin preguntar.
Finalmente llegamos a un lugar apartado donde podíamos estar solos. Me sentí más seguro, lo suficiente como para relajarme un poco y separarme de mi acompañante.
Lo escuché hablando sobre los términos de mi estadía, debía cooperar con él si quería quedarme. Asentí decidido y me senté cuando me lo pidió.

- ¿Ser uno de los suyos? - pregunté confundido, ya que me imaginaba sólo como un "experimento de salvación" apartado - ¿A qué se refiere padre? ¿No hay ninguna clase de ritual o algo parecido para esto?

Tal vez había subestimado mi situación, y esta, era más complicada de lo que parecía. Tampoco quería ser un estorbo para el Vaticano, pero formar parte de él era algo que no había previsto.

- ¿Qué clase de papel podría tener yo en el Vaticano, padre? ¿Cuál sería mi lugar?

“Por supuesto que hay un ritual y ciertas normas que seguir” Le comenté sentándome a su lado luego de ir por varios implementos además del papeleo. “No puedo imponerte ser un sacerdote, no, eso sería un sacrilegio de mi parte. Pero puedes ayudarnos, puedes buscar tu utilidad dentro de estas paredes que se volverán tu hogar con el fin de enmendar tus pecados.”

Escribí el nombre que me había dado con anterioridad en el papel suponiendo que ese era el real. Extendí mi mano sobre la mesa pidiendo la suya. “Necesito un poco de tu sangre y el resto de tus datos, esto es confidencial para el Papa” Le expliqué mientras sin esperar su permiso me apoderaba de su mano y ejercía presión con una pequeña daga, logrando un corte limpio. La sangre cayó en un pequeño frasco que acompañaría el documento. “Buen chico” Comenté dejando su mano ir, luego de que claro, ví como con rapidez comenzaba a sanar y deposité un beso en su dorso en forma de agradecimiento.

“La edad a la que fuiste convertido, tu edad real, tu procedencia, todo lo que puedas decirnos sobre ti” Expliqué mientras le ofrecía el papel a rellenar. “En caso de que sientas sed tienes absolutamente prohibido atacar a cualquier persona de este lugar. Yo me encargaré de proveerte lo necesario, comprendo que es parte de tu vida.” comenté volviendo a ponerme de pie, esta vez para caminar por la habitación. "Tienes prohibido salir sin permiso, usmear, o causar algún desastre, a penas ocurra algún incidente seré yo mismo quien te mate."

Su explicación aclaró mis dudas. Por un momento había pensado que iba a ayudarlos a cazar vampiros, que por más que estas criaturas no fueran de mi agrado, tampoco quería matarlas. ¿Y si había más vampiros como yo, que no deseaban su destino? No podía permitirme herirlos existiendo esa posibilidad.
Cuando me extendió la mano y pidió por mi sangre, simplemente no reaccioné.


Sin previó aviso, el sacerdote tomó mi mano y arrebató lo que había pedido. Me quejé más por la sorpresa que por el dolor al ver mi piel cortada cual envase pinchado. La sangre caía en un frasco como si no fuera mía, no la sentía mía...
Una vez finalizó la extracción me felicitó como a una mascota y me besó el dorso de la mano. Lamentablemente mi piel no acompañaba mi sensación de "verg

üenza", tal vez, si mi cuerpo fuera otro me habría sonrojado.
Las consignas que pronunció me sacaron de mis pensamientos e inmediatamente comencé a acatarlas. Tomé el papel y una pluma, rellenando con lo que podía recordar. Una historia más detallada que el resumen que le había hecho cuando hablábamos en la calle.
De repente mi mano me traicionó, y la última letra de la palabra que escribía se deformó en un trazo ilegible.


Una amenaza de muerte. Todavía no dejaba de ser un monstruo en esta casa, y no sólo el padre, cualquiera de los otros sacerdotes me mataría si ocasionaba problemas.
Mi felicidad no dejaba de tener un precio muy alto. No, ¿qué valor tenía esta vida?
Sonreí irónico para mí mismo y luego volví la vista al sacerdote.

- Me comportaré adecuadamente, padre... Prometo no ocasionar problemas - aun le sonreía, pero sin motivo de burla o maldad, simplemente reía de mi propia desgracia - Por cierto, ¿puedo saber ahora su nombre?... Aun no me lo ha dicho.

Acomodé la pluma en el tintero esperando una respuesta, mientras mis ojos azules seguían sus movimientos. Por momentos me preguntaba qué pensaría de mí realmente...

“Por supuesto, debes saber el nombre de tu protector a partir de ahora, ¿Verdad?” Le devolví la sonrisa lo mejor que pude a pesar de no acostumbrar a hacer tales muecas, pero esta era una ocasión especial así que, con lo bien que se había portado, ¿Por qué no ser un poco más flexible?

“Giovanni Crivello, Capitán del escuadrón Cross-Fire del Vaticano.” Me volteé hacia él y me acerqué a su silla. “A partir de hoy eres miembro del vaticano, no olvides eso por favor.” Le susurré mientras posaba mis manos en sus hombros.

“Hoy purificaremos tu cuerpo y mañana comenzará tu redención, ya que eres un vampiro durante el día te quedarás en mi habitación, así nadie podrá atentar contra ti mientras duermes. Sin embargo en las noches deberás estudiar, orar y pedir perdón por tu alma. Quizás debas servir al señor con algunas pequeñas misiones, pero claro que no serán contra los tuyos, serán tan solo misiones de información. Espero que estés de acuerdo.” No quería inútiles en mi escuadrón después de todo, y el chico podría brindarnos muchas cosas si estaba dispuesto a ello. Hasta una mascota es útil aquí.

Me alejé de él nuevamente decidiendo que la charla ya se había extendido lo suficiente, era hora de seguir con la misión que dios me había encomendado esa noche. Busqué entre los diversos muebles del amplio salón de mi escuadrón. Enconté ahí una sotana blanca de una talla adecuada al cuerpo del vampiro.

“Entonces Myuka, ven aquí” Le incité a seguirme al medio del salón.

Giovanni Crivello, ese era el nombre de mi "protector". El que me ayudaría a salvar mi alma, ¿cómo olvidar un nombre cargado de tanto prestigio? Tenía un valor adicional a mi parecer... él era mi esperanza. ¿Quién hubiera imaginado que el capitán del escuadrón Cross-Fire fuera la salvación de un vampiro?
Lo vi acercarse a mí y no hice ningún movimiento; dejé que sus manos se posarán en mis hombros, que susurrara a mi oído. Le había encontrado la satisfacción a sus roces... cada vez que me tocaba, cerraba los ojos para sentir la calidez más intensa y palpable. Todo de su cuerpo era cálido, completamente diferente al mío que sin importar el momento ni el clima, permanecía helado y pálido.
Al susurrar en mi oído su aliento rozó mi piel, haciendo que me estremezca un poco. Envidiaba todo lo que poseía, pero a la vez me alegraba porque él tuviera lo que yo deseaba.
Cuando abandonó su posición, la sensación lo acompañó también. Volví a estar frío.
Miré sus pasos decididos, y luego sus manos que buscaban algo en los muebles del salón. Incliné la cabeza curioso, espiando sus movimientos, hasta que me llamó por mi nombre.
Sostenía una prenda de color blanco entre las manos, posiblemente mi nuevo atuendo.
Me levanté de mi asiento y me apresuré hasta donde se encontraba el sacerdote. Una vez a su lado miré con más entusiasmo la prenda, era de esas que me gustaba comprar... las que envejecían.

- Padre Crivello, ¿entonces dormiré en su lecho y por las noches estudiaré, oraré y pediré al Señor por mi alma? - hice un silencio mientras vacilaba mi siguiente pregunta, no sabía si sería incorrecta para la ocasión - ¿No le molesta compartir su lecho conmigo?

Me hice a la idea de dormir en su cama, a penas él la abandonara para ocupar su tiempo en el trabajo. Seguramente su aroma y calor quedarían impregnados en las sabanas por un buen rato. Podría sentir todo eso como propio, aunque sólo fuera una ilusión o una fantasía, me sentiría humano cada día.
Sin notarlo le sonreía ampliamente como quien disfruta de sus propios pensamientos.

Me acerqué de nuevo al chico, a su delgado y aparentemente frágil cuerpo. Me agaché frente a él para quedar a una altura similar posando mis manos sobre la vestimenta que traía puesta. Sin embargo mis manos se detuvieron al oír su cuidadosa pregunta.

“Por supuesto que no, una vez purificado no tengo porque tener algún problema con compartir mi lecho con un hijo de dios” Contesté seguro de mis palabras “A demás llevamos horarios diferentes, por lo que no será incómodo para ninguno de los dos.” Dejé que mis manos continuaran con lo suyo, desabrochando sin permiso las prendas ajenas con la mirada clavada en la suya, sin una pizca de pudor.

“Vas a desvestirte y colocarte tan solo esto encima, luego comenzaremos el ritual de purificación. Tus actuales ropas serán quemadas, pero me aseguraré de que te traigan nuevas, por supuesto, similares a esta.” Dije con la sotana en mi hombro. Una vez quité toda sus prendas superiores comencé a ordenar su ropa, la que pronto estaría en una hoguera.

“Termina de desvestirte por favor” Pedí de forma cortés, pero absoluta. No tenía ganas de oír reclamos o peros a esta altura. Ahora por supuesto, si quería que le continuara ayudando solo debía decirlo aunque de por sí, la situación normalmente ya era bastante humillante para un vampiro a pesar de no ser esas mis intenciones principales.

Su respuesta dio por concluida mi ahora notable sonrisa, ya que mis deseos serían complacidos. Dejé que me quitara la parte superior de la ropa, al parecer el Vaticano compartía mi ritual con las prendas, las quemaba tal cual yo lo hacía.
Se detuvo antes de quitarme la parte inferior y me pidió que yo lo hiciese, ¿debía quedar completamente desnudo?
Le di la espalda algo avergonzado, no quería que viera en totalidad mi cuerpo porque ni siquiera yo estaba conforme con él. Era demasiado pálido, tanto como el papel mismo, típico color de un muerto en vida.
Comencé a quitarme la parte inferior quedando completamente desnudo para luego tomar la prenda que me habían ofrecido y colocármela.

- Estoy listo - anuncié estando frente a Giovanni, sujetando mis manos delante de mi cuerpo y con la vista en el suelo, preguntándome si había conseguido verme sin ropa - ¿De que se trata el ritual, padre? - intentaba no sonar temeroso pero mi conciencia me traicionaba.

Durante mi existencia como vampiro había cometido muchos errores; uno de ellos era el olvidar que no podía caminar bajo la luz del sol. Más de una vez me había quemado por dejar ventanas abiertas en la noche, sintiendo un dolor nunca antes experimentado en mi vida humana. Esa clase de sufrimiento me había causado un traumático miedo a todo lo que produjera dolor, en especial a los métodos de tortura tan eficientes que encontraba el vaticano para los vampiros.

- ¿Dolerá? - pregunté finalmente, mordiéndome la lengua por arrepentimiento. ¿De que servía saber si dolería o no, si de todas formas tendría que hacerlo obligadamente? Ya no había marcha atrás...

Su cuerpo era hermoso, no podía negarlo. Era como un perfecto muñeco de porcelana, pero lamentablemente muerto, cosa que sin dudas le restaba toda belleza que podría haber contemplado en él.

Le observé tímido frente a mí por lo que no emití comentario alguno, lo vi temeroso de lo que veía venir y claro, por muy niño que pareciera o por muy vampiro que fuese bien sabía cómo solían ir las cosas en el vaticano. Las prácticas santas de purificación eran un secreto a voces después de todo. Mas yo no las llamaría torturas.

“El ritual… Purificaremos tu cuerpo, ya lo he dicho.” No era mi intención asustarlo anticipadamente, pero no era correcto mentirle. Por lo que busqué las palabras más sutiles con el fin de explicarle el procedimiento.

“Sí, en efecto, dolerá un poco, pero tienes que expiar tus pecados de alguna forma. ¿No habrás pensado que era tan simple, verdad? Si logras mantenerte junto a dios te convertirás a su fe y el se apiadará de tu alma hoy y siempre.” Le acaricié la mejilla nuevamente, como queriendo alentarlo, después de todo sería el chico más joven que realizaría el ritual, aunque bien sabía que solo era de apariencia.

“Te prometo que no morirás, nadie va a matarte. Te prometo que una vez lo logres me encargaré de ti, te cuidaré y serás mi protegido, el dolor solo es una prueba más que dios nos pone.” Traté de alentarlo un poco aunque mucho más no podía hacer. A pesar de todo la decisión seguía siendo de él, por supuesto dar marcha atrás significaba simplemente su muerte, pues no le dejaría salir vivo del Vaticano.

Mi mano comenzó a temblar con su respuesta, iba a doler... ¿Pero qué tanto? ¿Cuánto duraría? ¿Qué clase de dolor?
Apreté con fuerza mis manos para disimular el miedo que me traicionaba. Intenté recobrar fuerzas de voluntad repitiendo la frase que me había dicho en un principio:


Sólo sería una sensación desagradable, no iba a morir; él no iba a dejarme morir, ¿verdad?
A pesar de que intentaba mantener la calma, me era casi imposible retener mi miedo... el sentir dolor me aterraba hasta un punto fóbico. Probé con concentrarme en sus caricias, en su calor; una mera distracción que me permitiera dejar de pensar, ya que mi mente era la que me ponía la mayor prueba. Sabía que si no me controlaba, el dolor sería peor. Él estaría de mi lado -busqué mi punto de apoyo- no me dejaría morir... podría sentir su calor al terminar, podría salvarme y sentirme finalmente "humano".


Recuperé la determinación después de unos minutos, y marqué mis ideales bien profundo en mi conciencia. Quería salvar mi alma, quería ser rescatado de mi condena, ser liberado de mis cadenas... ser feliz.

- Estoy listo... - dije de repente levantando la mirada para verlo a los ojos - Ya estoy listo para el ritual... - reafirmé.

Le observé en silencio, no era difícil notar su temor, su pánico. Me dio gusto verle en aquel estado y es que todos, hasta esas criaturas debían temer el juicio de dios. Claro que en este caso se trataba de un ritual, incluso así era necesario el temor. ¿Qué es la redención sin el miedo y el arrepentimiento? No significaría absolutamente nada.

Sonreí al oírlo hablar al fin con un valor que parecía salir en verdad de su alma. Me conmovía y me incitaba a probar salvarlo. Me convertiría en su juez y en su ángel al mismo tiempo, en el nombre de dios claro está.

Le acaricié la cabeza una vez más antes de asentir y, tras tomar mi chaqueta, volver a cobijarlo bajo mi brazo mientras caminábamos hacia el salón del ritual.

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